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El Informe Pisa que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) utiliza para medir la competencia de los estudiantes en matemáticas, lectura y ciencias es un buen referente para el análisis de la educación nacional y un indicador que confirma nuestras falencias y debilidades, año tras año sin mucho cambio.
Estos resultados deben llevarnos a repensar la educación en cuanto a su pertinencia, calidad y cobertura, pero también volverla integral, educando para el conocimiento, para sembrar valores, principios y solidaridad, para avanzar en un proceso colectivo, sin individualismos, con oportunidades, supliendo las carencias que tenemos y avanzando más de prisa y con mejor orientación.
La educación comienza por los docentes y posiblemente es allí donde tenemos que dirigir buena parte de la inversión, porque necesitamos que los mejores estudiantes se vinculen a la magistratura, que enseñar sea una vocación, una convicción y no apenas un refugio laboral.
Una educación de calidad constituye uno de los más efectivos mecanismos para reducir las brechas sociales porque brinda a todos los individuos, independientemente de su origen socioeconómico, género, etnia o ubicación geográfica, la oportunidad de adquirir conocimientos y habilidades esenciales para su desarrollo personal y profesional, para incorporar valores, principios y relegar el individualismo.
Según el Observatorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana, Colombia tiene 10 millones de estudiantes (80% en establecimientos públicos) y 484.000 profesores (66% mujeres), de los cuales 49% tiene licenciatura y 31% maestrías. Las cifras indican que el acceso es bueno y en la teoría que los profesores están bien formados, pero en la realidad no hay cómo medirlo, aunque sí es evidente que los maestros necesitan refuerzo, capacitación y lineamientos para mejorar la calidad.
Las mediciones de educación en Colombia indican que los colegios públicos obtienen 30 puntos menos que los privados, lo cual contribuye a que haya cierta discriminación que dificulta su posterior inserción profesional. Hay que eliminar esos estereotipos y mantener a los estudiantes activos, con la ilusión de aprender. La escolaridad debe tener un ambiente distinto que permita proyectar a los niños a que pueden lograr tener una mejor vida si se educan.
Además, deben existir acciones que ayuden a los jóvenes a superar momentos críticos que llegan con la edad y la convivencia social, justo en los momentos definitivos de la escolaridad y donde se producen las mayores fugas. Tenemos que lograr que los jóvenes crucen sin problema el umbral de los últimos dos años de secundaria que es donde se manifiestan las mayores frustraciones. Cuando un joven sale del colegio en el grado décimo no se recupera, no regresa y queda expuesto, en la mira de la ilegalidad.
También tenemos que incentivar la integración academia-empresa, incentivar al sector productivo a contribuir en los procesos, que los estudiantes conozcan sus posibilidades.
Y qué bueno que el Informe Pisa traiga todos los años el tema al debate público y que nos recuerde la enorme tarea que tenemos hacia el futuro, aunque lo importante es que no se quede en un debate de un día, sino llevarnos a repensar la educación y conducirla por el camino de la calidad, con cobertura y pertinencia.