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Al cumplir hoy la columna número 200 en este rincón que generosamente me permite La República para expresar mis opiniones y comunicarme con total libertad con los lectores, se me vino a la mente hacer un recorrido por este periodo, examinar qué pasó y qué cambió.
Varios cambios, sin duda, y al menos dos de suma importancia, como los acuerdos de paz y la pandemia del covid-19, además de la confirmación de que somos un país de sólida institucionalidad, resiliente, con capacidad y fortaleza suficiente para saltar obstáculos y seguir por la senda del progreso.
El acuerdo de paz nos dejó listos para recorrer un camino hacia un país en donde se pueda convivir con tolerancia y reconciliación (ahí vamos con algunas dificultades), y la pandemia literalmente nos confinó en nuestras casas, cuestionó muchas premisas, puso en jaque los modelos de desarrollo de todo el mundo, nos recordó que si no detenemos el calentamiento global puede ser que en menos de un siglo ya no haya rastro humano en este punto azul del universo.
Entre columna y columna, y haciendo un ejercicio de memoria, me llegan a la mente las manifestaciones de protesta, la violencia de un lado y del otro, la inconformidad juvenil, la situación de las mujeres empeorada por la pandemia, la exaltación social, el paro, el retroceso en los índices de pobreza, la corrupción, y un proceso electoral que favoreció a quien logró canalizar el descontento y que ahora tiene el deber de demostrar que sus propuestas van a contribuir a que el país se mantenga sobre los rieles.
Apenas comenzamos un nuevo gobierno y aunque hay que depositar confianza y contribuir con optimismo a la propuesta de la administración entrante para un diálogo nacional que nos ayude a construir un nuevo país y a cerrar heridas, también estamos atentos y dispuestos a contribuir a esos cambios, para ejecutar con prudencia, sensatez, sin populismos innecesarios, sin revanchismos, para que trabajemos todos por el bien común, con el propósito colectivo de la equidad y la inclusión, del desarrollo y la prosperidad. Cada uno de nosotros tiene un deber y una responsabilidad con la nación, con su comunidad y consigo mismo. Contribuyamos todos a construir ese mejor país, a realzar los valores relevantes del bienestar humano, de la justicia, la belleza, la generosidad y otras virtudes que aporten y nos ayuden a mejorar.
Y tendremos mejores posibilidades de mejorar si tenemos un propósito más amplio que el interés personal, estamos en un momento histórico que requiere todos para poner a Colombia sobre rieles y en la ruta del desarrollo sostenible, con decisión y sin sobresaltos, que se gobierne para la mayoría y por la institucionalidad, porque gracias a ella pudimos hacer frente al narcotráfico, a las guerrillas, a los paramilitares, y sostener nuestra democracia: una democracia tan vital y transparente que hoy tiene en el poder a un guerrillero que un día hizo la guerra al estado y otro día firmó la paz, entro en la política y ha demostrado que si se puede sin las armas. Estamos frente al desafío de tomar un sendero seguro y próspero para garantizar a los jóvenes un bienestar, mostrarles que el camino es la participación ciudadana y que solo las instituciones fuertes pueden brindarnos un futuro. Nada me gustaría más que dentro de 200 columnas -que espero poder conservar-, podamos constatar que Colombia continúa vigorosa y hayamos transitado el camino correcto.