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Hace unos días transmitían por televisión una película de vaqueros en la que el protagonista era rápido desenfundando su pistola y apuntando con maestría a su víctima; parecía frío en la toma de la decisión y seguro de lo que quería hacer. Yo pensé en el riesgo enorme que deben afrontar aquellas organizaciones con jefes fríos, rápidos y acertados, capaces de tomar la decisión que consideran más adecuada, a costa de las víctimas de sus balas. Esta situación me condujo a reflexionar de manera profunda sobre la dificultad que reviste el equilibrio.
Daniel Goleman afirmó que la “Inteligencia Emocional es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”. Puede que sea cierto. Sin embargo, es esta misma afirmación la que nos lleva a pensar en el concepto de “inteligencia relacional”. Todos, jefes y no jefes, deberíamos procurar relaciones sanas, enriquecedoras, amables que nos hagan mejores, que no desafíen nuestros instintos más profundos y primarios y, desde la afectividad, poner la racionalidad en la conversación. Debemos ser cuidadosos frente al concepto del “jefe bacán”, como también ante la gravísima afirmación “yo no vine a hacer amigos”; ni lo uno, ni lo otro. De eso se trata encontrar el equilibrio esquivo entre los resultados y la justicia, entre la dirección efectiva y el liderazgo indulgente.
Para que las conversaciones fluyan es importante fijar objetivos enfocados y dirigidos a todas las conversaciones laborales y personales, objetivos que se sostengan en la claridad de esas conversaciones. Un jefe que sabe hablar con amabilidad, debe saber hablar con la evidencia. Si uno recibe una buena noticia, generalmente se alegra y reviste al portador de bondad y alegría.
En cambio, si la noticia es mala, el portador se cubre de adjetivos despreciadores y, entonces, con facilidad confundimos las noticias con las personas. Por ejemplo, si un jefe contrata a un empleado agradable y encantador cuya función es entregar un consolidado de informes semanales sobre ventas, la conversación habría de ser sencilla, de esta manera: “además de ser una persona muy amable, cumples a cabalidad con tus funciones” o, por el contrario, “lamento señalarte que no cumpliste con tus funciones”. No habría que darle más vueltas; el mensaje solo puede ir en una de dos direcciones. Es la conversación lo que puede ampliar información, pero la realidad es como una foto sobre la que se puede hablar amablemente, si así lo hemos elegido.
Ser capaz de reconocer los sentimientos de los demás es la base de un comportamiento empático. Así, la empatía se refiere a la identidad del interlocutor y la sinceridad debe ser siempre parte esencial de nuestros mensajes. Otro ejemplo: un jefe que dirige desde el corazón podría decirle a un colaborador: “creo que para los clientes es más agradable el aroma que usaste la semana pasada”. Lo que no debería decirle es: “este perfume que te echaste es horroroso”. En las dos ocasiones el mensaje de fondo podría ser el mismo, pero el tono, la elección de las palabras, seguramente la oportunidad de la conversación, hacen del emisor un ser inteligente emocionalmente. Hay muchas ocasiones en las que seguramente el propósito no es hacer amigos, pero estoy casi segura de que no hay ocasiones en las que el propósito sea hacer enemigos. Hacer de las emociones el vínculo para relacionarnos es significativo en las relaciones.
Ojalá todos encontremos jefes dispuestos a oír los silencios de los demás y abrir espacios de conversación y crecimiento personal.