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Analistas 27/07/2024

Dirigir: el arte de cultivar

María Piedad López Vergara
Profesora Inalde Business School

Los indicadores de desempeño económico solicitados por los órganos de gobierno corporativo son requerimientos que ocupan la mente de los directivos de empresas. Su quehacer directivo está permeado, a cada instante, por la generación de estrategias que los lleven a sobrecumplir estos indicadores.

Aunque muchos directivos reconocen que así es, últimamente, desde 2020, se ha observado una sana preocupación por otros factores como la cultura organizacional, que se va creando durante el proceso de atender los mandatos de las asambleas de accionistas y juntas directivas.

Si observamos en retrospectiva, podemos analizar: ¿Cómo fue que nos convertimos en lo que somos ahora, en positivo y no tanto? ¿Por qué nuestros colaboradores han desarrollado este tipo de comportamientos y no otros? ¿Qué tipo de destrezas y habilidades hemos desarrollado en conjunto mientras lográbamos nuestros indicadores? ¿Nos gusta esta cultura organizacional que tenemos hoy en día? ¿Podría ser mejor?

Todas estas preguntas deben acompañar el proceso estratégico y de toma de decisiones encaminado a lograr el desempeño económico requerido. Si la cultura se desayuna a la estrategia, como explicaba Drucker, deberíamos, como directivos, preguntarnos más frecuentemente cómo está la cultura de nuestras empresas, cómo ha cambiado, cómo es nuestra gente, qué le duele, qué le gusta, qué requiere, cómo han crecido en su trayectoria profesional trabajando para nosotros y qué tipo de destrezas debemos ser capaces de desarrollar dentro de la cultura organizacional.

Según Krishnan y Schneider, autores reconocidos del management y el ámbito empresarial, en las empresas se pueden encontrar cuatro tipos de cultura: 1) De control, 2) De colaboración, 3) De competencia y 4) De cultivación. La palabra cultura, perteneciente al verbo latino “colo, colere, cultum” (cultivar), significa etimológicamente cultivo. Podría decirse que una cultura de cultivación es una expresión redundante; pero su poder radica en la posibilidad de nutrir, generar, crear estilos y comportamientos.

En este tipo de culturas, se promueve (cultiva) la importancia de las conexiones y relaciones personales entre los miembros de una empresa, su conexión con el propósito superior, estilos de comunicación abiertos que ayuden al otro a ser mejor y generar ambientes de formación donde la gente quiera superarse y aportar. En estos ambientes, se nutren comportamientos que generan entornos organizativos sanos y de crecimiento, los cuales impactan en la forma de gestionar equipos de trabajo y, por supuesto, en lograr esas metas económicas.

Generar ese tipo de comportamientos no es sólo tarea de gestión humana o responsabilidad de los líderes de cada unidad, o del más empático del grupo, o de la fiesta de fin de año; es tarea de todos, empoderados por quien dirige la empresa. Cultivemos culturas sanas. No en vano se dice que dirigir es un arte, el arte de cultivar culturas que sean atractivas para quienes conforman la empresa, porque ven en ellas un camino para ser mejores individual y colectivamente. Si trabajamos en esto, al mirar hacia atrás en un tiempo, podríamos sentirnos agradecidos como miembros de una empresa que ayuda a construir en nuestros desafiantes contextos.

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