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Y pasó lo que muchos advirtieron: la campaña que se vendió como la “política del amor”, terminó convertida en el gobierno del odio, el resentimiento y la polarización.
Ese discurso, el del amor, encantó a muchos: disipaba miedos, inspiraba a artistas, tendía puentes, generaba esperanza en medio de la incertidumbre, y claro, lo más importante, ganó votos. Pero fue solo eso, campaña, un discurso que en dos años quedó vacío y se desvaneció con ligereza en el relato odioso anti-empresa, contra los medios, contra los policías, contra la clase política, contra las EPS, contra los fondos de pensiones… contra la unidad de la Nación.
Este fin de semana el periodista mexicano Jorge Ramos le preguntaba a los Aterciopelados, que apoyaron abiertamente la campaña Petro, si se arrepentían de eso, Andrea Echeverry lo reconoció: “ Yo estoy como muy triste, porque al final como que todos se parecen. Entonces uno pone su corazón en que todo va a cambiar, en que alguien da un discurso sobre el amor y uno dice ‘por fin hay algo que resuena con lo que yo siento”.
Sí, están arrepentidos, como muchos otros. Pero no debemos culparlos, ¿quién no termina embelesado cuando le dicen que “el triunfo de la política del amor es igual a un país en paz, con mas y mejores oportunidades” y que “la política del amor humaniza, derrota el miedo, construye paz y conduce al cambio”, todas frases de Petro en campaña.
Yo misma, que he transitado entre la admiración a Petro el congresista, el desconcierto por Petro el alcalde, la inquietud frente a Petro el candidato y la crítica a Petro el presidente, cedí a mis miedos cuando durante el discurso de victoria el 19 de junio hizo énfasis en “un Gran Pacto Nacional”.
Abrazando al profesor Antanas Mockus decía “no vamos a usar el poder en función de destruir al oponente, significa que nos perdonamos (…) Si me preguntan para qué es un acuerdo nacional, les diría para construir los máximos consensos que nos permitan las reformas”. Pero no paso nada de eso, es más la historia se cuenta al revés. El “Acuerdo Nacional” fue aplastado por la polarización ciudadana, los “máximos consensos” por decretos que se saltan al Congreso y las Cortes, y eso de “perdonarnos” palideció en medio de la revancha y la represalia.
El perdón, parece, solo aplica al adversario en armas. Porque ahí sí hay amor. Pese al terror de los violentos, a que siguen asesinando uniformados, secuestran, extorsionan, reclutan, declaran paros armados y siguen en el negocio del narcotráfico y la minería ilegal, la paciencia, tolerancia y condescendencia del gobierno es ilimitada, con una negociación sin reglas y un cese bilateral sin protocolos.
Apenas el lunes Petro decía “mientras sea sincera la voluntad de dejar la actividad violenta el gobierno les dará la mano”. Incomprensible, porque horas antes las Disidencias amenazaban con atentar contra todas las sedes militares del país, ¿a esa sinceridad se refería Presidente?
Mientras tanto, los empresarios son esclavistas, los políticos son corruptos, los periodistas son mentirosos y a los policías los compran las ollas del microtráfico ¡Presidente, un poquito más de sensatez! Quítese esa venda de odio y resentimiento que gradúa de enemigos a los colombianos trabajadores y de amigos a los violentos que han destruido durante décadas este país.