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No es la primera vez que le dedico una columna a Bogotá y a sus campantes índices de criminalidad. Pero es necesario insistir: salimos a la calle invadidos de miedo. Vamos hacia adelante pero mirando hacia atrás, sospechamos del que va al lado, nos atemoriza que se acerque una moto y ya no es opción ir solo por la calle después de las diez de la noche. Las ciudad es invivible, solo la paranoia puede comprarnos algo de tranquilidad !Gran paradoja!
Es tierra de nadie y de toda la delincuencia. El lugar en donde los ladrones pueden cometer las fechorías a sus anchas los vuelve a recibir cuando se completa el círculo de comodidad al ser capturados y pocas horas después puestos en libertad. Cuando en la ciudad les falta garantías para cometer todos los delitos, la justicia no les falla y los deja libres. Las razones pueden ser muchas: que la captura estuvo mal hecha, que se vencieron términos, que es una cuantía menor; pero todo se resume en que el sistema, que debería estar diseñado para la protección de los ciudadanos, es hipergarantista con los ladrones, asesinos o extorsionistas y funciona como incentivo para los delincuentes.
Ocho de cada diez capturados quedan en libertad. Y lo de menos son los que roban. Es que roban y matan. O matan y roban, porque a veces ya ni siquiera media la intimidación. Matan a sus víctimas, matan a sus acompañantes, matan a los policías, matan al que esté en el camino porque aquí lo que prevalece es el delito.
Recordarle al sistema judicial que una cosa son garantías procesales y otra impunidad
Y lo qué hay alrededor del crimen también es desolador: ciudadanos que contemplan al ladrón robando, al asesino matando, al agresor maltratando o simplemente al inconsciente que se cuela en Transmilenio. Nadie dice nada, no solo porque no puede y le gana ante el terror de convertirse en otra víctima, sino porque ya no vale meterse en una disputa en donde el delincuente tiene las de ganar.
Es como si la autoridad hubiera sido remplazada por el delito. Es la anarquía del miedo. Si a dos policías los asesinan cuando llegan a una bodega a atender un requerimiento simple y si otro uniformado muere cuando acompaña a un preso a una cita médica, ¿qué puede esperar una persona del común? Solo queda dejar hacer, dejar pasar y acostumbrarse. Es por eso que la imagen que se hizo viral de un hombre tratando de detener a un ladrón que roba las láminas de una estación en Transmilenio resulta heroica.
Tres cosas son asombrosas en ese vídeo: lo primero por supuesto el arrojo del señor que decide detener al ladrón despojándose del instinto de supervivencia y pensando más en el bien común que en la integridad propia; lo segundo la perplejidad, casi indolencia, de quienes están alrededor, lo más seguro es que ellos no estuvieran pensando en el mal que estaba haciendo el ladrón llevándose las láminas de la estación sino en lo “loco” que estaba el señor que trataba de detenerlo.
Y el tercer dato impresionante es que ese ladrón ya había sido capturado 5 veces. Mejor dicho, póngale la firma, en este momento ya debe estar en libertad y haciendo eso en lo que mejor le va. Habrá que recordarle al sistema judicial que una cosa son garantías procesales y otra impunidad, o como bien reclamó la alcaldesa “mientras los jueces sigan creyendo que robar es un deporte y no un delito, no habrá seguridad” y de a poquitos Bogotá se convierte en la capital del miedo.