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Arranquemos por decir que la propuesta de convocar una asamblea nacional constituyente no tiene ni pies ni cabeza. Sólo nos adentra en un infinito debate de mayor polarización y nos aleja años luz de las verdaderas reformas que necesita Colombia: mientras el país y los políticos se rasgan las vestiduras y se deslucen frente a sus tribunas, al país se le va entre las manos la posibilidad de hacer una verdadera reforma a la salud, una reforma pensional, o una reforma la justicia. Entonces, no tiene ni pies ni cabeza, no porque el sistema no necesite ser reformado, sino porque desgastarse en este debate solo ayuda elevar más alta la cortina de humo sobre la realidad, la violencia, las necesidades del país o los interminables escándalos de corrupción. Lo más grave de todo esto es que nos desenfoca: al país lo saca de los verdaderos debates que hay que dar y al Presidente lo aventura en una nueva campaña cuando lo que tiene que hacer es gobernar. En un momento en el que debemos hablar de escasez de medicamentos, niños reclutados, comunidades confinadas, secuestrados sin doliente o crecimiento de cultivos ilícitos, desviar recursos y energías es más que inocuo y peligroso.
¿Y también habrá ingenuidad? Promover el debate de una ANC desencadenaría una crisis de gobernabilidad y desestabilizar aún más la política y la economía. El Gobierno, que ha ido descontando alfiles entre dirigentes y partidos, perderá el poco apoyo que le queda en el centro y la centro-izquierda.
Pero además hablar ahora de una asamblea constituyente es prácticamente darle una patada al orden institucional y democrático que, aunque hoy Petro desprecia, es el mismo que le permitió ser congresista, alcalde y presidente. Es momento de rodear las instituciones, el Congreso, las Cortes, los órganos de control y las entidades electorales. En todas ellas está trazado el camino para hacer cualquier tipo de cambio, que, ojo, no es el que el Presidente quiera y diseñe en su individualidad, sino el que el país necesita y construya en colectivo.
Y no solo es un debate inconveniente e inoportuno, también es inerte: si es que llegara la ley de asamblea constituyente al Congreso, allí debería ser aprobada por la mayoría absoluta de los congresistas; es decir necesita la misma cantidad de votos que una reforma constitucional, poco probable cuando el gobierno ni siquiera ha logrado mayorías simples en la aprobación de proyectos ordinarios.
Mejor dicho con los mecanismos establecidos en la constitución hoy no sería posible convocar a una asamblea constituyente ¿y entonces? Nos quedan tres escenarios: el primero que el presidente quiera saltarse todos los mecanismos democráticos; que se invente un nuevo camino acudiendo a lo que él llama el poder comunal, una medida de facto que puede terminar en levantamientos populares y violencia. El segundo escenario, que todo sea un “globo al aire” para desviar la atención sobre los escándalos internos, el fracaso de la política de paz total y la incapacidad para llegar a acuerdos en el congreso; y la tercera hipótesis, que esta sea la primera página de la campaña de 2026, con lo que volvemos al inicio de esta columna, estamos perdiendo energías y recursos en una campaña, mientras el país se desbarata sin gobierno y en campaña.