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Para sorpresa de muchos, el presidente Gustavo Petro cerró el remezón ministerial nombrando a Daniel Rojas al frente de la cartera de Educación. Hasta esa designación, los relevos no generaron mayor ruido, pues muchos reconocieron en los nuevos funcionarios personas conocedoras del sector. Sí, la llegada de Juan Fernando Cristo al Ministerio del Interior generó discusión, pero el balance la final favoreció al gobierno, pues significó darle voz a un sector moderado y, quizá, abrirle la puerta de nuevo al centro, que desde hace meses fue silenciado en administración nacional.
Sin embargo, la llegada de Rojas fue, de nuevo, patear el tablero y alinearse con el sector más incómodo del petrismo: el que cierra cada discusión o debate con un madrazo, el sector pendenciero, el que radicaliza, el que descalifica, el que desata pasiones y promueve odios, el que divide y no el que suma, el que cierra conversaciones reemplazando los argumentos con estigmatizaciones y etiquetas.
¿Cómo puede ser justo el Ministro de Educación una persona que se refiere a los periodistas, medios, políticos y oposición como “malparidos”, “bobos”, “hp”, “gonorreas”? Y ofrezco excusas por reproducir estas palabras que no son mías, sino las del nuevo Ministro. Con ese nivel de discusión, ¿es con el mismo que piensa diseñar y dirigir la estrategia pública de educación para niños y jóvenes en el país?
Y no, no es como muchos han dicho, incluido el Presidente, que las críticas a Daniel Rojas pasan por el arribismo. Eso sería tanto como concluir que todas las personas de extracción humilde son groseras, irrespetuosas, altivas, pendencieras y maleducadas, y ese sí es un prejuicio muy dañino. La grosería, Presidente, no representa a ningún nivel social y, en cambio, sí debería ser anulada en la administración pública que nos representa a todos. Pero, bueno, ya echadas las cartas, la grosería no debería, por lo menos, tener cabida en el Ministerio de Educación, porque GROSERÍA justa y paradójicamente es el antónimo EDUCACIÓN.
Y ese es el centro del debate. Daniel Rojas ya estaba ocupando un cargo público, importante, donde más allá de las típicas discusiones que se generan alrededor de su gestión, al final se le juzgará por sus resultados. Sin embargo, el Ministerio de Educación requiere una dignidad especial. Esa es la figura modelo para niños y jóvenes, es bajo su discurso y su relato que se formulará la política a la que se acojan colegios, universidades, centros de formación etc.
La grosería no debería, por lo menos, tener cabida en el Ministerio de Educación
El Ministro de Educación debe tener una capacidad de liderazgo, diálogo y concertación; debería presumirse de él integridad ética, o por lo menos mínimos estándares de respeto en sus relatos; pero sobre todo, se esperaría un amplio conocimiento del sector, y eso es lo que menos tiene Rojas, quien en su hoja de vida, aparte de la SAE, registra exitosamente su paso por dos UTL de congresistas del Pacto Histórico.
Lo peor de todo es que el Gobierno sí tenía de dónde. Si se trataba de cambiar a la ministra Aurora Vergara, quien tiene todas las credenciales, el mérito y los títulos, el cargo lo hubiera podido ocupar alguno de los viceministros: Óscar Sánchez o Alejandro Álvarez, con mayor preparación y conocimiento. Ojalá esta no termine siendo otra tragedia para la educación en nuestro país.