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Por el capricho, el ego, la torpeza o la escasez de lo que debería abundar, diplomacia, graduamos de amigos y de enemigos a unos u otros en el desapacible vaivén de las afinidades ideológicas. Nicolás Maduro ya no solo es nuestro hábil vecino y el líder de un régimen con el que el presidente Gustavo Petro ha sostenido más de seis encuentros -cuatro de ellos en Caracas- sino que ahora se proyecta como nuestro aliado comercial en una sociedad entre Ecopetrol y Pdvsa. Una sociedad que por demás solo nos dejará pérdidas con una empresa que está en la lista Clinton y que ha sido el blanco de todo tipo de saqueos por el avaro y corrupto régimen venezolano. Es que si algo demuestra el fracaso económico del chavismo es la decadencia en la que cayó la alguna vez muy próspera Pdvsa. Nos convertiríamos en socios por encima de la paradoja que plantea el presidente Petro quien ha dicho que las energías fósiles son el exterminio de la humanidad y aún más letales que drogas como la cocaína. Lo que sí no se nos puede volver paisaje es que la política internacional sea eficiente viendo el potencial comercial de un país y obvie cosas aún más importantes como la violación sistemática de los derechos humanos, las nulas garantías para la oposición o el hecho de que en ese país se esconden y viven a sus anchas jefes del ELN y las Disidencias.
Y mientras en esos temas se mantiene el que llaman silencio ensordecedor, en otros frentes se generan ruidos innecesarios. Con Estados Unidos, El Salvador, Israel o el más reciente Argentina: un presidente interviniendo en las elecciones de otro país, calificando a uno de los candidatos como dictador y comparándolo con Pinochet, Videla o Hitler. Lo más desafortunado es que ese candidato, Milei, ganó.
Y ya no se trata de una simple y básica afinidad ideológica. En medio de esa reorganización regional que pone a unos a la derecha y a los otros a la izquierda El Presidente colombiano ha terminado alineado en el extremo, mucho más allá de lo que representan gobiernos como el de Andres Manuel López Obrador en México, Gabriel Boric en Chile o Lula Da Silva en Brasil. Y bueno, en democracia cada cual puede ir de la extrema derecha a la extrema izquierda si es lo que en las urnas se define, pero esos canales comunicantes de la multilateralidad se deben mantener; las relaciones internacionales tratan de hacer una comunidad plural y no de crear un gueto bajo concepciones personalistas.
Ese filtro ideológico que hace hipersubjetivizar las relaciones, cometer errores tácticos y hasta infantilizar el diálogo entre presidentes para volverlo objeto de burlas y memes está acabando con la diplomacia. Como si se tratara de dos simples opinadores en redes sociales y no de dos líderes mundiales Gustavo Petro y Nayib Bukele se sacan chispas en Twitter; todo eso resulta divertido hasta que acreditamos que efectivamente son dos jefes de Estado tratando de lucirse frente a una tribuna para obtener likes.
En Latinoamérica y en general en el mundo donde los ciudadanos se están hartando cada cuatro o cinco años de un modelo político y en cada elección saltan de extremo a extremo no es ni conveniente ni rentable individualizar el entendimiento entre los países; exceptuando regímenes antidemocráticos y dictatoriales, la diplomacia que es sinónimo de respeto y muchas veces de tibieza, debe prevalecer.