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Estaban en pleno homenaje póstumo al exrector del Externado, Juan Carlos Henao, cuando el fiscal Barbosa entró y salió en medio de la incomodidad que despertó su presencia. Pocos habían notado que él estaba allí; llegó ya comenzada la ceremonia, sin embargo, cuando el rector, Hernando Parra, lo saludó en su discurso todos voltearon a mirarlo. Entonces pasó algo inédito en ese tipo de escenarios: con discreción y diplomacia varios empezaron a manifestar su molestia. Algunos se susurraban al oído y se miraban fastidiados, otros tosían sutilmente y unos más comenzaron a hacer el típico sonido de carraspeo en la garganta. No eran chiflidos, ni gritos, pero todos entendieron lo que significaba, incluso el mismo Barbosa, quien decidió marcharse mucho antes de terminar el evento.
Un gesto en voz baja pero que a gritos le reclama al Fiscal por sus desatinadas salidas en público para atacar al gobierno en pleno y sobre todo al Presidente de la República. Él, que ha dicho que Petro no representa la institucionalidad, la ha menoscabado con sus constantes y feroces ataques.
Y acá no nos tiembla la pluma para criticar al Gobierno cuando comete errores, excesos o incluso torpezas, pero tampoco estamos para validar y mucho menos aplaudir la falta de respeto. El Fiscal cayó en una descomposición del lenguaje, un tono agresivo y un discurso que apenas alimenta odios; lanza frases de grueso calibre que rápidamente se convierten en taquilleras pero que desdicen mucho de él. Sus pronunciamientos no lo posicionan como lo que es, el Fiscal General y cabeza del sistema judicial, sino que a duras penas lo gradúan como jefe de un manojo de iracundos opositores que vocifera improperios mientras pierde credibilidad.
Claro, dice en público lo que muchos colombianos piensan en la intimidad, pero habla con soberbia y egoísmo. Hace lo que quiere y no lo que debe de acuerdo con la majestad de su cargo. Y no se trata de exigirle silencio o autocensura, pero qué tal hacerlo con moderación, cordura y respeto como bien lo ha sabido hacer la procuradora, Margarita Cabello, el defensor, Carlos Camargo, o incluso los mismos expresidentes, Iván Duque, Álvaro Uribe o Juan Manuel Santos que ni siquiera le deben pleitesía a un cargo institucional.
Cómo puede un Fiscal General comparar al Presidente con el capo más grande y sanguinario de la historia y decir que “si hace 25 años al país lo puso en jaque Pablo Escobar, hoy lo está poniendo Gustavo Petro”. También ha dicho que el primer mandatario “no genera respeto a los ciudadanos” que “no ha encontrado al frente a ningún Presidente”, “que nos estamos volviendo irrelevantes por las tonterías e insensatez del Jefe de Estado” y que si hubieran sido “los panamericanos del crimen el gobierno si hubiera girado la plata” ¡Por Dios!
Y no, no se trata de comulgar ideológicamente con el gobierno ni callar frente a los trinos acusatorios del Ejecutivo, solo se le pide mantener el juicio, sin las estridencias que le han quitado legitimidad a su voz. Pero claro, Barbosa está en campaña y ahí radica el mayor problema porque mal-utilizó como plataforma la exposición mediática que le dio la Fiscalía y sentó un precedente perverso: convirtió sus propósitos personales en combustible para la violencia institucional desechando la natural armonía entre las ramas del poder.