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Las coaliciones están en crisis. Una por exceso de democracia y otra por exceso de egoísmo. Ambas se hunden en la mecánica política. Y hoy les voy a hablar de La Coalición de la Centro Esperanza. En algún momento parecía ordenada, programática y alineada, al pasar los días empieza a asfixiarse en medio de casi una decena de candidatos. Algunos tienen votos de opinión, otros maquinaria, otros estructura política y otros no tienen nada. Lo que aterra es que, aunque la mayoría es consciente de que ese tarjetón está saturado, nadie ha querido dar un paso al costado. Habrá que preguntarse cuál es el cálculo político de una persona que ni siquiera marca en las encuestas ¿De verdad cree que puede despegar en un mes? ¿O es que su interés es “superior” y va detrás de un puesto político? ¿O va detrás de la plata de la reposición de votos?
Esa coalición se tendrá que depurar y ojalá sea más temprano que tarde. Mientras tanto los mensajes que envían son contradictorios, en vez de bajarse del bus llegan otros a pelearse los puestos. Las últimas cartas se las jugaron Ingrid Betancourt y Luis Gilberto Murillo. Nadie saldrá a reconocerlo en público, pero esos anuncios descuadraron a más de uno. Fue tal el desprecio con el que trataron a Murillo, que 24 horas después ya se estaba saliendo de la coalición.
¿Y la figura de Ingrid? Pues pocos dentro de la Centro Esperanza la explican sin ser dubitativos. Si bien es cierto en ese cuadro faltaba una mujer, ya estaban jugados con que no la hubo desde el principio. De hecho, cuando Ingrid aterriza en la Centro Esperanza, muchos le hicieron coqueteos, sin embargo su rol quedó definido y limitado a articular el centro; ella misma dijo que creía que allí había una opción para Colombia. Y entonces, ¿Qué pasó? ¿Será que ya desde adentro no hubo ningún candidato que la convenciera? ¿Habrá sido tanto su desencanto que llegó a la conclusión de que ella era mejor que los otros?
Lo cierto es que Ingrid, que llegó con ánimo de unión y con todo desprendimiento, terminó metida en el mismo juego de egos donde nadie cede nada, ninguno acepta estar tras bambalinas y todos quieren figurar.
No hay que negar que ella es un personaje de amplio reconocimiento, tiene poder mediático, y algo de lo que carece la mayoría en esa coalición: su propio partido político. Aun así, a varios tomó por sorpresa que, en lugar de promover la campaña de los que ya estaban en la baraja, se aventurará por su propia candidatura. Muchos apuntaban a que ella podría irse con Fajardo o a Amaya, quienes están avalados por Oxígeno Verde, o incluso apoyar a Alejandro Gaviria con quien tuvo simpatía desde el principio. Pero su apuesta, utilizando sus propias palabras, fue terminar lo que empezó en 2002. Mejor dicho, llegó a sacudir el tablero. Su salto al ruedo generó un poco de molestia, otro tanto de desconcierto y puso a sacar cuentas a más de uno: a muchos les sumaba y a otros les quitaba. Al final todos decidieron pasar saliva y hacer la salomónica: dejar que los que quieran sean candidatos, los que quieran apoyen a otros y los que quieran, si es que alguien quiere, renuncien con el pasar de los días.
Así se escribe la historia de otra crisis de coaliciones. Pero pilas porque de crisis en crisis de centro a derecha, el populismo va tranquilo y sin desgastarse.