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Analistas 06/10/2021

La batalla de los ex

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

Uribe contra Santos, Santos contra Pastrana, Pastrana contra Samper, Samper contra Gaviria, Gaviria contra Uribe, todos contra todos y los demás en la mitad. Están como en pelea de perros y gatos con la pequeña diferencia de que estamos hablando, supuestamente, de los grandes estadistas del país, los jefes naturales de los partidos, las cabezas visibles de la democracia y los líderes de la institucionalidad. Pero qué va. Más bien asistimos al “toma y dame” de viudos del poder, que, como viejitos melancólicos y aburridores se dedicaron a vivir de su pasado.

Eso sí, hay que decir que el paseo de los insultos se abrió cuando Santos, por allá en 2012, trató de “rufián de esquina” a Uribe. Porque según decía en ese mismo discurso “no iba a demostrar quién era el que mandaba en el barrio”. Pero mentira, porque sobre todo de eso ha tratado este show: de demostrar quién tiene más poder y cuál es el “chacho” de la vecindad. De ahí en adelante, esa pelea pasó por todas las vicisitudes del plebiscito hasta llegar a la comisión de la verdad donde todos se salieron de los chiros para terminar sacándose los trapitos al sol.

Sí, firmamos la paz, lo hicimos como Estado para silenciar los fusiles de la guerra, nos aguantamos la dosis de impunidad y la abstinencia de justica y ahora nos dicen que los expresidentes no pueden silenciar sus propios fusiles; los del poder de la palabra que mata tantas ideas como personas en décadas de violencia.

Aunque el expresidente Uribe no ha sido ningún caballero y ya no baja de “criminal sinuoso” a su sucesor, Santos tampoco ha tenido el talante que se predica de un premio Nobel de Paz, en vez de actuar con gallardía, sin provocaciones y declinando a la tentación de la respuesta mediática, le apunta a frases espectaculares que cargan su veneno. No solo lo hace contra Uribe, también lo hizo contra Pastrana, de quien recientemente dijo que “se pegó un tiro en la cien” al revelar la carta de los hermanos Rodríguez Orejuela.

Y por ese camino llegamos a otra pelea: la de Pastrana contra Samper. Con el documento que presentó Pastrana en la comisión de la verdad en la que los Rodríguez Orejuela afirman haber financiado la campaña de Samper, se abrió de nuevo la empolvada caja del proceso 8.000; la diferencia es que ahora los excapos le recriminaron al expresidente Pastrana no haberse incluido en el “listado de la corrupción”. Abriendo libros viejos, Samper no se quedó atrás y nos recordó los escándalos de Chambacú y Dragacol.

Gaviria, quien pareciera pasar de agache, en realidad se ha dedicado a hacer lo que más odiamos, la política del chantaje y la negociación. La que extorsiona con la presión de un partido para pasar o reprobar una ley y la que hace largos cálculos políticos que llegan hasta las elecciones de 2022.

¿Cuánta tierra tendremos que escarbar para que por fin los expresidentes dejen de hurgar la mugre en el pasado ajeno? Lejos de ser los personajes que guían un debate con altura y que reafirman la democracia, su relación está reducida a un teatro de insultos y puyas. A estas alturas son peor que, como decía H. Truman, unos muebles viejos que estorban en todas partes. Los exinquilinos de la Casa de Nariño se han convertido, bajo la espectacularidad de sus declaraciones, en la nueva cara de la violencia del posconflicto.

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