MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En Colombia, la crisis de la salud son todas las tragedias juntas.
No la podremos reducir a cifras o debates ideológicos porque más que números son voces desesperadas; más que estadísticas son personas rogando, resistiendo o muriendo por cuenta de la indiferencia de muchos, pero sobre todo de la indolencia de un Gobierno que inserto en una batalla política quiere tener la razón, aunque eso nos cueste la vida. La consecuencia es devastadora: unidades cerradas, hospitales sin insumos, enfermeras, médicos y especialistas sin salario, y pacientes que han sido condenados al sufrimiento. Mientras tanto, el gobierno insiste en una reforma a la salud como si fuera un trofeo ideológico, ignorando la agonía de quienes claman por su derecho más básico: el de vivir.
Doña María tiene 72 años. Lleva tres meses sin insulina. Su hija Marta, cuenta que cada noche la arropa sin saber si al día siguiente despertará. “Me toca racionarle la comida, porque sin la insulina, cualquier cosa puede hacerle daño, ya no sé qué más hacer”.
Diana es madre soltera y tiene un niño con epilepsia. Hasta hace unos meses, el pequeño Andrés de 9 años tenía controladas sus crisis con medicamentos. Ahora, sin acceso a ellos, las convulsiones regresaron con más violencia. “Lo abrazo con fuerza cuando le dan, lloro con él, grito con él… pero no tengo cómo ayudarlo. Nadie sabe lo que es ver como tu hijo se va sin que puedas hacer algo”.
Juan Camilo, un joven de 28 años, recibió un trasplante de riñón hace dos. Su nueva oportunidad de vida dependía de inmunosupresores que su EPS dejó de entregarle. Hoy, los médicos le han dicho que su cuerpo podría rechazar el órgano en cualquier momento. “Tan difícil que fue sobrevivir y tan fácil que me dejarán morir”.
Pedro tiene 60 años y siempre había cuidado su salud, pero sin sus medicamentos para el corazón, sabe que cualquier día podría ser el último. “Me levanto cada mañana con miedo. Camino despacio, respiro hondo. Es horrible vivir contando los latidos, esperando el momento en que el corazón diga ‘ya no más’”.
Andrea, diagnosticada con trastorno bipolar, ha pasado de la estabilidad a un abismo. Su tratamiento psiquiátrico se interrumpió sin previo aviso, y ahora enfrenta crisis emocionales constantes. “Es como volver a la oscuridad, sentir que todo se desmorona. Antes podía sostener mi vida, mis emociones… ahora ellas me tumban”.
Y así se escriben miles de historias de pacientes para quienes depender del sistema es igual a una sentencia de muerte.
La salud no puede ser un campo de batalla política ni una bandera para discursos de poder, para medir pulsos en las elecciones, para llenar las calles de gente desinformada o citar a una consulta popular donde solo ganará la radicalización. O, ¿cuánta sangre necesitan para escribir los eslóganes de las próximas campañas? ¿Sobre cuántas tumbas los tallarán? No, la salud no es un experimento ni una bandera partidista. Es la diferencia entre la vida y la muerte, aunque, estamos más cerca de lo segundo. Ojalá mañana no tenga que escribir sobre la mala vida de otras María, Andrés, Juan Camilo, Pedro o Andrea, o sobre la muerte de ellos, ¡ojalá! Aunque en esta crisis sin remedio, a los responsables lo que menos les importa es la muerte de los demás mientras lo que se salve sea su propia dignidad.