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Estamos bajo el adagio popular “más papista que el Papa”. Gente encerrada en su fanatismo, que ha creado una especie de religión, la interpreta a su antojo, recibe y excluye personas a su parecer y genera todo un culto de amores, pero sobre todo de odios.
Es tan personalísima su lectura de la realidad, que lo que se salga de sus parámetros es “satanizado”, aunque en ese “apartheid” del la ideología el sacrificado sea el mismísimo Papa. Sobre estos fundamentos se construyeron enfermizos caudillismos extremistas en el país. La facilidad con la que caímos en la polarización es inversamente proporcional a la dificultad para superarla. Y ojo, lo más increíble de esto es que las cabezas de esos movimientos están enviando mensajes, no para superar las diferencias, porque esas serán inherentes a la conversación política, pero sí, por lo menos, para tramitar las discusiones publica, respetuosa y constructivamente.
Sin embargo, el fanatismo no perdona ni a su mesías. Increíblemente, los primeros en oponerse a los acercamientos de Petro y Uribe son los petristas y los uribistas. Que triste que imágenes que deberían llenarnos de esperanza, porque definitivamente significan un paso para sacudirnos de la aterradora polarización, sirvan más bien de alimento para quienes no quieren salirse del cómodo y laudo puesto de la crítica insolente. En vez de aportar al diseño de una política colectiva, se encierran en su egoísmo y cabalgan sobre sus intereses electorales. Porque eso, desafortunadamente, es lo que hay detrás: políticos henchidos de ego, que solo entienden una campaña “en contra de”; cómo ya no encajan fácilmente en el uribismo o el petrismo, migran con alevosía hacia el antiuribismo o antipetrismo.
Lo triste es que sus audiencias se dejan llevar dócilmente por el odio.
Quizá no sea la panacea a todos nuestros males, pero lo que hemos visto en los últimos días son pasos por el camino correcto. Uribe se reunió con Petro, Petro nombró a Lafaurie negociador con el ELN, Uribe conversa con el profesor Tobón Sanín y Kiko Lloreda, de la Asociación de Petróleo, se une en una conversación tranquila con la Ministra de Minas. Eso no significa que se silencie la voz de la oposición, tampoco unanimismo, pero quizá sí, una necesaria dosis de unidad; la unidad que requiere colombia, esa en donde todos sin importar el color ideológico empujan hacia el mismo lado. Dicho de otra firma, no se trata de silenciar las críticas o inquietudes frente a políticas puntuales, pero sí representa un cambio en el lenguaje y el tono, uno donde la palabra no asesine la integridad, ni masacre la dignidad. Pero como todo es combustible para un debate de corte electoral y muchos empezaron a montarse sobre sus propias afirmaciones, de “no nos van a engañar” para cabalgar en busca de votos, ojalá no seamos nosotros los engañados.
Ojalá no caigamos en esa trampa de quienes insisten en la división; ojalá sea tan fuerte nuestro rechazo que ni siquiera se alcancen a materializar esas candidaturas. Ojalá optemos por los mensajes inclusivos, respetuosos y empáticos; los que piensan en el país por encima de sus aspiraciones personales. Los que saben que entendernos en las diferencias es sumar desde distintas perspectivas y no los que insisten en dividir para al final seguir restando.