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María de los Ángeles llegó hace ocho meses a Bogotá con sus dos hijos. Todavía con las heridas de la última golpiza que le dio su pareja, pidió posada donde una conocida, aunque más que un lugar donde vivir, pedía protección. No la consiguió. No fue difícil para su exesposo encontrarla, atacarla y asesinarla. María de los Ángeles ya no está, el hombre está en la cárcel y los pequeños de tres y cuatro años, quedaron en manos del Bienestar Familiar. Ahora son dos huérfanos más del feminicidio que nunca tendrán reparación total. Para ellos, la cárcel a su papá, así sea cadena perpetua, no será justicia, ni suficiente ni insuficiente. Justicia sería poder tener un hogar, una madre que se preocupe por ellos, un sistema que no los sume como estadística, sino como una tarea para reparar la sociedad; sería volver a tener las mismas oportunidades que les arrebató el crimen; justicia sería un sistema empático que se preocupe por sanar su futuro y no por sentenciar su presente.
Quiero hablar de esto, justo en la semana en la que se conmemora el día de la no violencia contra la mujer, porque siento que la exigencia de justicia en el caso de los feminicidios está limitada a una cifra -745 este año- a la verdad y a una condena justa, pero que olvida el poder reparador para quienes tendrán la herida abierta el resto de su vida.
Una justicia, integral, que sea ciega con el victimario pero que se quite la venda frente a las víctimas, no solo con las que mueren sino con las que sobreviven, es la que se necesita en los casos de feminicidio. Se requiere una sensibilidad especial, quizá la de otra mujer. Una mirada de género que permita que estos crímenes no sean solo abordados desde la perspectiva de un número. Desde el sentido biológico y cuidador, las mujeres pueden implementar medidas que salvaguarden a los menores. En lugar de verlos como víctimas colaterales, su compromiso es asegurar que el sistema no los abandone y les brinde una posibilidad de futuro. Su rol, entonces, se convierte en un pilar en la reconstrucción de sus vidas, tratando de restituir lo que la maldad les quitó.
Es hora de hacer políticas públicas, que solucionen toda la cadena de errores, desde la anulación histórica al rol de la mujer, hasta el estado de orfandad en el que quedan los niños cuando sus madres son asesinadas. No podemos desaprovechar que en nuestro país por primera vez y al mismo tiempo están al frente de cargos tan importantes mujeres: Ángela Buitrago como ministra de Justicia, Luz Adriana Camargo como fiscal, Iris Marín como defensora, Margarita Cabello como procuradora y la misma ministra de la Igualdad y vicepresidenta Francia Márquez, más allá de las disonancias políticas o ideológicas, desde sus puestos ellas deben trazar un camino con enfoque de género que garantice, igualdad, oportunidades, seguridad, justicia, reparación y no impunidad.
Hoy el sistema necesita la mirada y la sensibilidad de más mujeres dispuestas a hacer de sus decisiones un legado, porque ellas saben que la justicia verdadera no es solo cumplir con la ley: es también sanar una herida y entender que las víctimas, no las que mueren, sino las que quedan vivas pero agonizantes, necesitan un desagravio que no se suma en años de cárcel para su verdugo, sino en oportunidades para reescribir su historia.