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Nos están matando y este es el verdadero golpe blando. No es con el fusil y muerte inmediata, no es la caída fulminante, no es la partida repentina, ni la muerte ruidosa que deja herida y huella de sangre. Aunque esta agonía también es violenta, agresiva e inexplicable, se hace más lenta, dolorosa y agotadora para el que la experimenta.
Nos están matando y solo le importa a los que van muriendo; nos están matando, y quienes pueden hacer algo para evitarlo se hacen los sordos; nos están matando y los demás nos tapamos los oídos para no escuchar los gritos de auxilio.
No escuchamos las súplicas de María José de cinco años con leucemia y quien hace dos meses no recibe el metotrexato y la domperidona. También es muda la angustia de Janeth González, quien teme que a su hijo le de un paro cardiorrespiratorio porque no consigue las medicinas para la epilepsia y la parálisis cerebral.
Silenciamos a María Calle de 74 años con diabetes tipo 4, al borde de un coma diabético porque no le entregan insulina hace cinco meses. Y cuando hay una respuesta, esta solo es superada en insensatez por la teoría conspirativa en la que se basa: “la escasez de medicamentos es causada por unos cuantos que acabaron con todas las existencias pues querían bajar de peso” ¡Falso, innecesario y anticientífico!
La misma hipocresía de los activistas. La salud, la integridad, la vida digna, o si se prefiera, la muerte digna, también son derechos fundamentales ¿O es que solo les sirve las bajas con sentido ideológico?
Nos están matando con la incompetencia y la irresponsabilidad. Nos están matando sin la insulina para los diabéticos, sin los antidepresivos para quienes tienen trastornos mentales, sin la talidomida para los que tienen mieloma, sin el carboplatino para quienes tienen cáncer.
Están matando a los niños que necesitan de la hormona del crecimiento; están matando a los que tienen leucemia y no encuentran suplementos alimenticios; están matando a los trasplantados que no consiguen inmunosupresivos para que su cuerpo no rechace el nuevo órgano. Nos están matando y, aunque todo era prevenible, la indolencia termina siendo la “estocada final”.
Mientras el gobierno hace nada y en cambio profundiza la crisis al no trasferirle a las EPS lo que está obligado por fallos judiciales, a los pacientes les toca entrar en cadenas de oración y rogativas para pedirle a amigos, familiares, conocidos o desconocidos que compartan sus propias medicinas. Nos están matando y nos es solo físicamente: nos están matando anulando nuestra fuerza, y capacidad de vivir; nos están matando porque la ansiedad, la depresión y el estrés son compañeros permanentes de la incertidumbre de estar enfermo y sin remedio.
Y es cierto, el desabastecimiento de medicamentos es un fenómeno mundial, nada va a llegar a las bodegas de una IPS por arte de magia, la única forma de sortearlo es que el gobierno salga al mercado y de la pelea por los insumos para que su gente no muera.
Las EPS, por su parte tampoco son “las pobrecitas” de la cadena, con algo de desidia concluyeron que si el Estado no les gira hoy la plata de deudas pasadas, nada garantiza que en el futuro les paguen lo que facturen hoy. Sí, eso es lo peor de todo: nos están matando y nuestras vidas son la moneda de cambio en esa pelea “a muerte” del gobierno con el sistema de salud actual.