Analistas 19/02/2025

Por los niños, los nuestros

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN
La República Más

En Colombia, la guerra ya no es asunto de combatientes, es más bien el día a día de los campesinos, de los líderes sociales, de las familias, de los niños. En las aulas, en los patios de juego, en las calles de sus pueblos, los menores viven con el miedo de ser alcanzados por una bala, de quedar en medio del fuego cruzado o, peor aún, de ser arrancados de sus hogares para servir a grupos armados que los convierten en soldados, esclavos o informantes. La infancia, que debería estar llena de sueños, es reemplazada por la pesadilla de la violencia y el círculo del terror, con, apenas la posibilidad de sobrevivir en un país donde la ausencia del Estado es tan brutal como la guerra misma… condenados a crecer en una sociedad que ha normalizado su tragedia.

Todos los días se escriben historias de reclutamiento forzado y cada vez nos incomodan menos, nos sorprenden menos o nos duelen menos. Niños y niñas son obligados a empuñar armas en una guerra que no eligieron. Muchas de sus historias incluso han terminado en el anonimato de fosas comunes. No hay derecho a la infancia, ni a la libertad, ni a una segunda oportunidad. Son vidas mutiladas antes de tiempo, despojadas de todo, incluso del derecho a ser recordadas con dignidad.

Y la realidad puede ser incluso más compleja: hay menores que, enfrentados al horror de ser reclutados, prefieren acabar con su propia vida, una denuncia que hizo la misma Ministra de Justicia. Saben que, si los atrapan, su destino será el sometimiento o la muerte.

El Estado, que debería ser garante de la niñez, ha fallado en todos los frentes. No impide el reclutamiento, no rescata a tiempo a los menores que logran escapar y tampoco atiende la crisis emocional de aquellos que viven con el miedo constante de ser las próximas víctimas.

Hasta las escuelas se volvieron el escenario de la guerra, trincheras improvisadas de una violencia sin tregua. No pueden dejar de dolernos aquellos niños en Cauca, acurrucados bajo sus pupitres mientras afuera resuena el fuego cruzado. El estruendo de las balas que se pelea con las oraciones de sus profesores asediados deja claro que la educación en estas zonas es un acto de resistencia.

Esta inacción de las autoridades solo refuerza la sensación de que hay ciudadanos de primera y segunda, y que los niños en Colombia no aparecen en ninguna categoría.

Y la escena se repite. Apenas hace 48 horas pasó en Norte de Santander, allí decenas de niños se alistaban con emoción para un desfile escolar sin imaginar que la violencia les arrebataría otro día de inocencia ¿Y la respuesta institucional? Nuevamente silencio, indiferencia y promesas vacías o a veces silenciosas ¿Cuántas veces más deberán los niños correr por su vida en lugar de jugar en los parques o aprender en las aulas?

La apatía ante el sufrimiento de nuestros niños es una vergüenza nacional. Mientras tanto el Presidente prefiere voltear la mirada hacia conflictos internacionales, haciendo discursos encendidos sobre la tragedia en Gaza que, aunque dolorosa e importante, no puede ser excusa para ignorar la crisis de su propio país. Sus prioridades están desdibujadas: en lugar de atender la guerra interna que rompe comunidades, se refugia en denuncias ajenas, en causas que, aunque justas, no deberían eclipsar su deber primario: los niños, pero, los niños nuestros.