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Nos estamos enfermando, nos estamos muriendo y, lo que nos faltaba, ahora nos quitan hasta el derecho a nacer. La salud en Colombia está en ruinas. Nos lo han dicho los médicos, los pacientes, los hospitales en quiebra, los enfermos sin medicamentos. Nos lo gritan los que agonizan en las salas de espera, los niños sin atención, los ancianos sin tratamientos. Y ahora la crisis llega a su punto más cruel: están cerrando las unidades de obstetricia y neonatología, donde nacen y se cuidan las nuevas vidas.
Mas de 10 hospitales han apagado sus salas de parto en los últimos meses. En Bogotá, la Clínica de Occidente y el Hospital San Ignacio ya no reciben partos. En Antioquia, el San Vicente de Paúl dejó de atender a madres y recién nacidos. En Bolívar, tres centros -Santa Cruz, Cartagena del Mar y Crecer- también clausuraron sus unidades de obstetricia. En Valle, la Clínica de Palmira. En Risaralda, el hospital Los Rosales ha dejado de recibir gestantes. En César, Buenos Aires y Santo Tomás han apagado las luces de sus salas de maternidad. En Ibagué, la Clínica del Tolima se suma a la lista de los que han tenido que rendirse ante la apatía del Estado.
¿Nos hemos dado cuenta qué significa esto más allá de las estadísticas y los fríos números? Que en este país parir ya nos es dar vida, sino enfrentarse a la muerte. Que hay mujeres en trabajo de parto recorriendo kilómetros en ambulancias buscando un hospital que las reciba. Que hay bebés naciendo en condiciones indignas, en clínicas saturadas, en salas improvisadas o, quizá, “no naciendo”. Que hay médicos obligados a decirle a una madre que se vaya a otra ciudad porque ahí no hay dónde atenderla. Que el derecho a la vida, ese que tanto defienden en discursos vacíos, no vale para los no nacidos.
¿Se imaginan el miedo de una madre que entra en labor de parto y le dicen que no hay dónde atenderla? ¿El terror de una mujer con una hemorragia posparto en una ambulancia, rezando para no encontrar una puerta cerrada? ¿El llanto de un bebé que nace en condiciones precarias porque el Estado decidió que la vida nueva no es una prioridad? Esto no es una exageración. Esto está pasando. Aquí, ahora, en Colombia.
Cada hospital que cierra su unidad de parto es un testimonio de abandono ¿Cuántas historias de tragedia tendrá que haber antes de que alguien haga algo? ¿Cuántas madres perderán a sus hijos porque el hospital más cercano ya no las recibe? ¿Cuántos bebés morirán porque no hubo incubadora para salvarlos? No hay cifras oficiales que nos digan cuántas vidas se están perdiendo por estos cierres, pero sí sabemos una cosa: cada letrero de “unidad clausurada” es igual a una sentencia de muerte.
No hay justificación. No es falta de dinero, es falta de voluntad. Mientras el sistema de salud colapsa, el gobierno gasta en burocracia inútil, en contratos dudosos, en discursos vacíos y propuestas de consultas populares, porque este problema, el real, ha decidido ignorarlo ¡No lo ven, no les duele, no les interesa!
Nos quitaron la salud, nos negaron la atención digna, nos dejaron morir en urgencias y ahora cambian el título de “dar a luz” por “vivir en la oscuridad”. Es un problema de negligencia que raya en lo criminal. Porque en este país, la crisis de la salud no solo nos está enfermando y matando… ahora ni siquiera nos quiere ver nacer.