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Las alocuciones presidenciales se han venido desvirtuando. Hace algunos años el anuncio de una alocución televisada era el anticipo de una noticia importante: el lanzamiento de una política pública de amplia envergadura, una decisión del alto gobierno que podría cambiar el curso económico del país, quizá una crisis ministerial, la declaratoria de un estado de excepción o hechos trascendentales en materia de relaciones internacionales. Sin embargo todo náufrago en la tentación de intereses personalísimos.
Es lo que hemos visto en las últimas alocuciones del presidente Gustavo Petro: largos minutos de discursos en horarios triple A y que poco y nada tratan sobre los verdaderos problemas del país: la guerra que se está perdiendo en Cauca, la recurrente crisis en las mesas de negociación, los escándalos de corrupción, La Guajira que sigue sin agua, los soldados que asesinaron en Arauca, los dirigentes amenazados en Tuluá o quizá las poblaciones confinadas en Chocó. Es que ni la coyuntura del paro camionero le mereció al presidente quitarse el “tapaojos” para mirar más allá de su subjetiva interpretación del mundo.
Las alocuciones que deberían ser de interés general son cada vez más sobre los miedos y paranoias del presidente. su desconfianza frente al sistema político, su sospechas, incredulidad y suspicacia. El Jefe de Estado habla de él y solo de él y monta al resto de elementos en la narrativa del ataque y la defensa porque todo lo demás - medios, empresarios, ciudadanos o Congreso- siempre están jugando a su favor o en contra, como si nadie tuviera un mundo más allá de Gustavo Petro. Y bueno presidente, si usted decidió mantener ese lenguaje y hablar en clave de campaña y no de gobernante, lo mínimo que solicitamos es que no haga un uso arbitrario de la comunicación, que no imponga la narrativa del odio y el resentimiento. No utilice el tiempo de los medios privados a sus antojo para atacar a los mismos medios, agredir al periodismo y exponer la hipótesis del plan para asesinarlo, propinar un golpe de Estado o sostener un golpe blando.
No se enfoque en usted y la corta lista de temas que lo empecinan. Recuerde que representa a todo un país y su tarea es resolver los problemas de todos, no solo los suyos. Esa limitada visión lo hicieron caer en el error de calificar a las periodistas como muñecas de la mafia, y de descalificar al presidente de la corte como “un negro conservador”. Ese círculo cerrado de temas, lo hicieron emitir otra alocución pregrabada en la que expuso datos aislados sobre un atentado en su contra, información que sobraba, no porque no sea cierta o importante, sino porque no hay Presidente en este país con años de violencia sobre el que no haya recaído alguna amenaza. Sin ir tan lejos hoy hay decenas de alcaldes en Caquetá, Meta, Norte de Santander, Antioquia o Valle contra los que más que amenazas, han atentado ¿sabe usted de eso, o acaso le preocupa?
También se cuenta la “imprudencia” de revelar información sobre la supuesta compra de Pegasus, una alocución que le costó a Colombia la sanción del Egmont Group.
Todo esto demuestra la urgencia de reglamentar las alocuciones presidenciales. Que una herramienta fundada en el interés general de la nación no se convierta en un objeto político de interés individual en el mal-ejercicio del poder.