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Con la reforma tributaria todo estuvo mal desde el principio. Lo primero fueron las contradicciones en el mismo Gobierno: cuando ya era un secreto a voces el hecho de que se preparaba un proyecto en ese sentido fue el propio presidente Duque quien lo negó rotundamente; en un mensaje que pareció sensato dijo que no era el momento.
Pero la sensatez duró poco. Sí había una reforma tributaria en marcha y ahí estuvo el segundo, y quizá más grande error: el documento se cocinó en privado, a espaldas de los gremios, los centros de pensamiento, los sectores sociales, los empresarios, los partidos políticos y los medios de comunicación. Es más, ni siquiera ministros de otras carteras tuvieron acceso al texto final, solo lo conocieron el día de la radicación en el Congreso. Ese secretismo y esa soberbia con la que el Ministerio de Hacienda construyó el proyecto, fue la sentencia de muerte anticipada de la que, por si fuera poco, bautizaron con el eufemismo de “Reforma Fiscal de Solidaridad Sostenible”. En el momento más difícil no solo para el bolsillo de los colombianos, proponer una reforma tributaria era un acto desafiante, pero hacerlo sin un mínimo de consenso, fue un acto suicida.
De ahí en adelante la cadena de errores continúa y se agudiza con la actitud reaccionaria y errática del Gobierno. Ante la ausencia de un respaldo político y de cara al estallido social, el Presidente empieza a recoger las riendas: primero anuncia que construirá un texto con apoyo de los partidos en el Congreso, que no tocará el IVA ni la renta y hace énfasis en la necesidad de mantener intacto el paquete social. Pero el daño ya estaba hecho. Ese anuncio no contentó ni a los políticos ni a los ciudadanos. Al final el Gobierno se jugó su última carta y echo mano de la medida más radical: retirar el proyecto de “Reforma fiscal de solidaridad sostenible” y poner sobre la mesa la cabeza del ministro Carrasquilla.
Toda esta fue una cadena de errores que terminó por abrirle paso a peligrosos sectores radicales, alimentó la protesta social y aprovechó el vandalismo. Un paso en falso tras otro con un desenlace en la zozobra. Si tan solo en las estrechas reuniones del equipo económico de palacio hubieran tenido una lectura más cercana a la realidad de los colombianos de a pie, los que hoy están sin trabajo, con deudas y luchando para salir adelante, se hubieran ahorrado el desgaste que hoy los tiene contra las cuerdas.
Y aunque en el fondo la decisión del Gobierno de retirar la reforma tiene mucho de humildad, también cabe la lectura de que el Presidente se dejó presionar por la protesta social, desnudó su debilidad y que fácilmente puede ceder ante el chantaje de una manifestación o bloqueo.
Y la pregunta final, ¿ahora qué? Porque también es cierto que se necesita un recaudo adicional para mantener programas como Ingreso Solidario o el Paef. Por ahora todos apuntan a “diálogo nacional” y eso suena maravilloso, pero, ¿será posible en plena época electoral? Si no se exhortó antes a ese consenso cuando los ánimos estaban apaciguados, ahora será mucho más difícil: los sectores de la oposición sienten que ganaron la partida y muchos de los llamados partidos aliados creen que tienen la sartén por el mango para extenderlo y pedir su cuota de mermelada.