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En clase de historia nos contaron las gestas del triple entente en la Primera Guerra Mundial, las proezas de los aliados en la segunda guerra mundial y las hazañas del mundo unido en el Plan Marshall. Son liderazgos que se formaron muy a pesar de que había varios bandos en el campo de batalla. Sin embargo, hoy cuando todos tenemos claro cuál es el enemigo y por sustracción de materia debería ser más sencillo encaminar esfuerzos, el liderazgo brilla por su ausencia. Los mandatarios más poderosos resultan frívolos, egoístas y ensimismados. La suerte no podía estar menos a favor de la historia: coincidió el momento más difícil de las últimas décadas, con una superpotencia en manos del hombre más egocéntrico que haya pasado por la Casa Blanca.
Por cuenta de lo que significaba la política antinmigrante y la deportación masiva de extranjeros, el carácter impulsivo de Donald Trump, solo alcanzaba para afectar a países pobres o en vías de desarrollo. Pero ahora, con una pandemia en curso, Trump puso sobre la mesa toda su baraja: está armada de comodines que solo le permiten jugar a él, negociar a él y buscar que él sea el único ganador de la partida.
Lo peor de todo es que el resto del mundo está tan agobiado con las batallas internas contra el virus, que parece que ya no tiene energía para protestar frente a noticias como que Estados Unidos compró la producción de tres meses de remdesivir, el tratamiento que hasta el momento ha demostrado mayor eficacia contra el covid-19. Tampoco hay escándalo frente a la llamada operación “Warp Speed” con la que Trump quiere acaparar el stock inicial de las vacunas contra el virus.
Y mientras tanto, los países que no tienen ese músculo financiero, ¿qué pueden hacer? ¡Endeudarse! Tapar un hueco hoy, para abrir otro mañana. Es un factor que hará que la crisis vaya mucho más allá de lo que dure la pandemia. Las brechas serán más profundas y las desigualdades más notorias. Ya estamos en el peligroso juego de sálvese quien pueda, y quedaremos en la mecánica de recupérese como pueda.
El Fondo Monetario Internacional informó que la que viene será la peor crisis desde la Gran Depresión del 29 y que al menos 170 de sus países miembros registrarán caídas intensas en el PIB. Ante este panorama, los grandes líderes deberían estar pensando en un gran plan de solidaridad económica mundial que garantice la democratización en el acceso a tratamientos y vacunas y que facilite el pago o incluso la condonación de deudas. Pero con Estados atascados en sus propias cifras eso no parece posible. A este paso no tendremos nuestro propio Plan Marshall y el virus será la prueba más brutal de individualismo y descoordinación planetaria en el mismo mundo que se ufanaba de ser cada vez más globalizado e interconectado.
Y como si no fuera suficiente los problemas no se limitan simplemente al ámbito internacional. Localmente tampoco hay articulación, el tema del covid se politizó y sirve solo para recriminaciones o alimento de egos según el caso.
No se sabe que es peor, si la puja nacional que está abriendo paso a peligrosos liderazgos o la internacional, donde muchos países quedarán rezagados frente a tratamientos médicos y ahogados en crisis económicas. Como dice Chespirito en su afamada serie de antihéroes “y ahora ¿quién podrá defendernos?”.