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Tenía que escribir esta columna, porque somos testigos de la historia; de cómo un régimen se desmorona, de cómo Maduro se atrinchera mientras se radicaliza, amenaza y gradúa enemigos por doquier; somos testigos de cómo, con la caída de las estatuas de Hugo Chávez, va cayendo una dictadura. No es una caída estrepitosa, tampoco la digna y negociada y menos la legitima y democrática por cuenta de los votos; es la caída fruto del hastío, el agobio y la rabia de la gente que sale a la calle a reclamar lo que nunca debió perder: la libertad. Es la caída bajo la presión del verdadero poder popular: la caída en la voz de miles de ciudadanos en las calles sin importar edad, género, estrato social, o pasado ideológico; sin importar si alguna vez fueron chavistas u opositores; todos unidos en la paradoja de que el régimen los dividió, es el reencuentro en la historia común de muchas familias quebradas.
Pero ese descontento acumulado por años solo sería más miseria y hambre sin el factor que logró convertirlo en fuerza y voluntad y ese factor tienen nombre: María Corina Machado, la líder que hoy encarna la resistencia. Una mujer fiera que desafió el autoritarismo; una mujer que aguantó la persecución, el asedio y la represión; una mujer que no se ha doblado muy a pesar de que en Venezuela la valentía se responde con encarcelamiento, muerte y, en el mejor de los casos, con el infame exilio.
María Corina la obstinada, la rebelde, la indomable, la belicosa, si se quiere; María Corina, la que no se asustó con las sanciones, ni se silenció frente a intimidaciones; la que convoca, la que comanda. La que sacó más de seis millones de votos sin siquiera aparecer en el tarjetón, la que siguió al frente, aunque la hicieron a un lado, la que delegó su candidatura pero que sigue siendo la líder, la que estaba a la sombra, pero encandelillaba. Y ahí está su mayor hazaña, María Corina enfrentó todos los obstáculos desde el hostigamiento político hasta el control mediático.
Asumió con dignidad que el régimen desconociera los acuerdos de Barbados; asumió la inhabilidad de la Contraloría, manejada en ese momento por el mismo Elvis Amoroso que hoy como presidente del CNE validó una mentira; asumió que el ilegítimo Tribunal ratificará esa sanción; asumió que la privaran de todos los medios de comunicación y publicidad e incluso que la bajaran de los aviones; asumió que la sacaran de la carrera, que después anularan a su designada, Corina Yoris, asumió que detuvieran a todos sus cuadros de campaña, y que hoy frente a su reclamo por la defensa de la democracia el madurismo quiera aplastarla con una nueva investigación penal a través de uno de sus más adoctrinados alfiles, el fiscal Tarek William Saab.
Hoy, habiendo ganado todo pero sin poder reclamar nada, ha hecho el trabajo que intenta ocultar el CNE: organizar a sus seguidores levantar la mayoría de actas y documentar mesa a mesa los resultados electorales, montó su propio sistema y lo abrió a la comunidad internacional, en una jugada maestra que no solo sirve para ser consultado por cualquier, sino que tiene el peso moral de que quien conozca la verdad no podrá después ser cómplice del fraude. Esa es María Corina, una mujer, la única que en 25 años puso realmente en jaque la tiranía.