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La semana pasada presentamos al país la Misión Internacional de Sabios, 43 expertos -hombres y mujeres- científicos e investigadores de los más altos estándares, para rescatar la Ciencia, la Tecnología, la Innovación y la Educación. Hace más de 200 años conformamos una primera elite intelectual para promover el avance de la patria y, posteriormente, su libertad. Y desde entonces el mundo ha vivido cuatro revoluciones industriales con todo lo que esto implica para la humanidad y su progreso social y económico.
De creer que el elemento que generaba valor en las sociedades era la agricultura, pasamos a la idea de que las cantidades de trabajo o capital eran el símbolo de prosperidad y hoy sabemos que el conocimiento es la piedra angular que moldea una nueva sociedad.
Eso ya lo sabíamos terminando la década de los ochenta. Saltos como el que había vivido Corea, el milagro del Río Han, no pasaban desapercibidos. Ellos invirtieron en educación y desarrollo y pasaron de ser uno de los países más pobres del mundo a líderes globales en menos de tres décadas. El resultado es contundente: en 1953 el PIB per cápita de Colombia era 2,44 veces el coreano, hoy el PIB de Corea es 2,7 veces el de Colombia. Entre la década de los 60 y 2017 pasó de destinar 0,2% del PIB para investigación y desarrollo, a cerca de 3%.
La primera Misión de Sabios en 1994 propuso que los recursos de Actividades de Ciencia, Tecnología e Innovación (Acti) debía pasar de 0,3% a 2% del PIB en 2019. Hoy estamos en 0,7%, a pesar de que cuando se dieron las discusiones que llevaron a la expedición de la Ley 1286 de 2009, la cual transformó a Colciencias en Departamento Administrativo, se planteó que dicho valor fuera de 1%.
Además, mientras el mundo da saltos pensando en los retos de la cuarta revolución industrial, Colombia no cuenta con una política de Ciencia, Tecnología e Innovación que fije el derrotero para el desarrollo. Todo porque en el pasado Colciencias y el Departamento Nacional de Planeación fracasaron en la construcción de un consenso. Pareciera que, 200 años después de convertirnos en República, seguimos en el continuo desgate de vanidades, relegándonos del desarrollo y perdiendo oportunidades en el escenario internacional.
Colombia siempre ha tenido inquietud por el conocimiento y por ello hoy continuamos y retomamos esfuerzos anteriores. Colombia se embarcó en 1988 en la Misión de Ciencia y Tecnología liderada por Gabriel Misas Arango. Sin embargo, cuando la tinta de ese esfuerzo no se había terminado de secar, el país convocó, en 1993, la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, proceso en el que participaron personalidades como Rodolfo Llinás, Eduardo Posada, Manuel Elkin Patarroyo, Ángela Restrepo, Eduardo Aldana, Carlos Vasco y Gabriel García Márquez, quienes entregaron en 1994 el informe “Colombia al filo de la oportunidad”.
Fue hace cuatro años que un grupo destacado de miembros de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo hicieron el balance a 20 años del informe que se entregó en las postrimerías del Gobierno del presidente Gaviria. El estudio destacó “el cambio favorable en el desarrollo de la ciencia en Colombia”.
Y sí, hemos dado pasos en la dirección correcta. En dos décadas el número de programas de doctorado se multiplicó por 20 y el número de publicaciones científicas se multiplicó por 36. Igualmente, el número de grupos de investigación debía pasar de 400 a 1.600 entre 1994 y 2004, año en el que se superó la meta con creces al llegar a 3.643.
Pero esas realizaciones son insuficientes. Primero porque la economía colombiana no ha logrado diversificarse. 70% de nuestra canasta exportadora sigue siendo commodities. Segundo, la cobertura educativa sigue siendo baja. Solo 55,6% de los colombianos accede a la educación inicial y 42,7% a la educación media. Además, quienes logran graduarse de la educación superior no se conectan con las empresas porque existe un divorcio con la investigación y el enorme capital humano disponible en universidades y centros de investigación. Existen fallas de empresas y universidades. Las primeras han fracasado al no vincular investigadores en sus nóminas y apostarle a la investigación.
Según datos de la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología, en el año 2016 solo 2,62% de los investigadores del país era contratado en empresas. En Chile y España era 25% y 28%, respetivamente.
Afortunadamente, Colombia inició procesos de acreditación universitaria y el Gobierno del presidente Iván Duque continúa impulsando con la convicción de que la universidad debe preferir la calidad de la educación sobre el número de graduados.
De otra parte, a las universidades les ha faltado interiorizar las palabras de José Luis Villaveces, destacado científico colombiano quien partió del mundo hace pocos días. Él recordaba que el reto de las universidades era “formar gentes capaces de usar el conocimiento como fuerza productiva y como base para la convivencia y la relación con los demás y su entorno”.
Este es el contexto bajo el que surge la Misión de Sabios de 2019. En medio de oportunidades de transformación institucional, en un mundo de datos, frente a los retos del trabajo en la era de la automatización. Un primer elemento que diferencia a esta Misión de las anteriores es que hemos invitado a participar a un grupo de expertos internacionales en diversas áreas del conocimiento, empezando por quien ejercerá la Secretaría Técnica, Cristina Garmendia, ex ministra de Ciencia e Innovación de España. Y como un segundo diferencial, a ella la acompañan 15 mujeres más, destacadas y reconocidas investigadoras indispensables en esta nueva Misión.
Un tercer componente importante. Diez universidades, públicas y privadas, de todas las regiones, han sido llamadas a aportar con su conocimiento y grupos de investigación en cada uno de los grupos. Estas no sólo se beneficiarán de intercambiar ideas con estos intelectuales, también serán prenda de garantía para el éxito del proyecto.
En medio de estas vicisitudes, queremos que el pueblo colombiano, amigos de todo el mundo, científicos, empresarios y universidades, se motiven para llevar a buen puerto este ejercicio prospectivo. Que este esfuerzo nos permita comprender los pasos que debemos dar de cara a los retos del Siglo XXI. Y a partir de la gran riqueza de nuestra historia, inspirarnos a dar un salto que nos convierta en una economía del conocimiento.