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ANALISTAS 04/07/2024

Si Lenin manejara nuestro sistema de salud

Martín Jaramillo
Profesor de Economía en la Pontificia Universidad Javeriana

Cuando Lenin llegó al poder en 1917 con el partido Bolchevique, había poco espacio para la razón. La revolución socialista, liderada por un teórico, ideólogo (o teólogo) del marxismo tenía la misión única: mantener el poder cerca de sus más fervorosos creyentes. Los paralelos que se hacen de Lenin con las democracias latinoamericanas suelen ser exagerados, sin duda, pero no siempre carecen del todo de mérito.

Lenin llegó al poder señalando que la gestión de las empresas era una tarea simple. “La contabilidad y el control” - decía Lenin - eran las únicas actividades necesarias para operar una empresa, que se habían vuelto tan simples que “cualquier persona alfabeta las podía operar” con salarios comunes de obreros. Ante una tarea compleja, el líder soviético descartó a los expertos y se confió de los ideólogos.

Algo parecido ocurrió en marzo del año pasado cuando el presidente Gustavo Petro señaló que la auditoría que hacen las EPS - con una docena de gerentes, décadas de experiencia y unos 110.000 empleados - podían ser sustituidos por un “sistema que pita” cuando detecta corrupción. El sistema, vale la pena señalar, no existía en ese momento y no existe ahora. Además, con el mismo desdén al conocimiento experto en la administración, el presidente nombró en la gerencia de la EPS más grande del país, una empresa con más de diez millones de afiliados, a uno de esos ideólogos de los que hablaba Lenin.

La comparación es incompleta porque esa posición resultaba insostenible hasta para el líder bolchevique. Lenin, después de nacionalizar la economía, enfrentó la dura realidad de la administración de organizaciones complejas. En un efímero momento de lucidez, señaló que la “crisis del combustible” podía disrumpir todo el trabajo soviético y llevarlo a la “ruina, a la hambruna y a la destrucción económica”. Aquellas tareas que parecían fáciles, casi rutinarias, de administración de empresas del más alto nivel cuando estaba en campaña, terminaron desbordando las capacidades de los ideólogos del partido ya estando en el poder.

Ante esa crisis de administración en la unión soviética, Lenin - en un espíritu darwiniano por aferrarse en el poder - reconsideró su posición. En el discurso que le dio al Congreso del Partido Comunista de 1920, señaló la cruda realidad ante sus camaradas: “las opiniones sobre la gestión empresarial con demasiada frecuencia están impregnadas de un espíritu de pura ignorancia, un espíritu anti-experto”. Aquellas personas 'que están versadas en el arte de la administración' volvieron a ser relevantes, incluso cuando no eran de su afecto.

“No hay a dónde acudir para encontrar a tales personas, excepto la antigua clase”, señaló Lenin, refiriéndose a los empresarios capitalistas.

A Lenin le tomó varios años y mucho sufrimiento para darse cuenta de su error. Petro, por su parte, tiene todavía la mitad de su periodo para gobernar pero no da señales de querer caer en cuenta. Con ese panorama, es poco probable que podamos evitar la debacle organizacional actual del Estado colombiano por la falta de administradores profesionales. Solo queda que en el 26 escribamos buenos códigos de gobierno corporativo, con decisiones colegiadas, aprobaciones de comités técnicos y manuales de buen gobierno para evitar que los desafueros ideológicos arrasen con la administración profesional de nuestras instituciones.

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