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Primero fue la “P” en la tarima de la precampaña. Una vez elegido, ordenó traer la espada de Bolívar en plena toma de posesión. Después, las innumerables disputas con: los “blanquitos ricos”, Israel, la prensa, Claudia López, los ministros moderados de su primer año, Panam Sports, Javier Milei, Nayib Bukele, los alcaldes elegidos en 2023, quienes marcharon el pasado 21 de abril, las EPS, entre otros.
Todo envuelto bajo la sospecha de una elección fraudulenta, o eso dejan entrever los audios de Armando Benedetti con Laura Sarabia y, ahora, más audios, del mismo Benedetti con Aida Merlano, involucrando a Nicolás Maduro y a su régimen.
Petro sólo vela por su reinado. Así como Santander le escribió a Bolívar que no se liberó del rey, Fernando VII, para servir a Simón I, el pueblo colombiano no pidió un cambio para subyugarse a los caprichos de Gustavo I. Sin embargo, lamentablemente, esa es la conducta del presidente: la de un autócrata.
Él descabeza a quienes lo moderan desde el gobierno, como a Gaviria u Ocampo. Permite el derroche de la familia presidencial, como el séquito que acompaña a la primera dama, con masajista, fotógrafo y maquillador incluido. (¡Faltan los concubinos!). Hay ineficacia en los recursos públicos: los carrotanques de La Guajira, los pasaportes, el Ministerio de la Igualdad o los Juegos Panamericanos son algunos ejemplos.
El presidente, también, exilia a sus opositores. En marzo de 2024, el ejecutivo nacional expulsó a diplomáticos argentinos, porque el mandatario albiceleste lo llamó “asesino terrorista”, por el conocido pasado de Petro como guerrillero de M-19. Esa decisión sería un hecho aislado si en la marcha, pagada con los impuestos de los colombianos, del 1 de mayo, el mandatario colombiano, como caudillo y a grito herido, rompió relaciones diplomáticas con Israel: aliado tradicional de Colombia y proveedor de armamento.
El presidente gobierna desde las redes, porque no consulta ni dialoga
Sólo faltó que quemara, en la Feria de Libro, todos los textos contra su parecer, como los de Agustín Laje en 2023. Afortunadamente, no lo consideró prudente, ya que podría sentirse vulnerable en medio de tanto texto.
Petro considera los contrapesos del poder un estorbo. Las altas cortes han atajado sus desaciertos y el Congreso, hasta ahora, discute algunas de las reformas clave. Por eso, el presidente, con un afán despótico, introduce cada vez más el término “constituyente”. Si no puede vencer en el juego de la política, entonces busca modificar el reglamente para que su plan de gobierno avance, citando la expresión del periodista Eduardo Inda, “por lo civil o por lo criminal”.
Los filtros democráticos, propios de una República con equilibrio de poderes, son vistas por Gustavo I como el Quijote mirando los molinos: enemigos ficticios para rescatar a una Dulcinea artificial. La única diferencia radica en la noble intensión del caballeresco desquiciado, mientras el presidente insiste en disputas y cortinas de humo con el fin de ocultar sus fracasos.
Petro atiza a casi todos los agentes sociopolíticos del país y renuncia a la exhortación sapiencial de su consejera Laura Sarabia: “reflexión y autocrítica”, luego de las marchas del 21 de abril.
Como resultado, desde su cuenta de X hasta el discurso en la plaza pública, el mandatario colombiano divide al país, mientras señala que han sido otros, y no su ineficaz gestión, como culpables de un desgobierno materializado en un, mal llamado, cónclave para atajar la faena.
Quien dice representar a las clases olvidadas, a “los nadies y las nadies” y al proletariado popular no escucha más que su voz, aderezada por algún matiz técnico de sus consejeros. Así, el presidente gobierna desde las redes, porque no consulta ni dialoga. ¿Para qué discutir las reformas? ¿No es necesario consultar si es prudente romper lazos con Israel? ¿Debimos hacer una tributaria que favoreciera el crecimiento? Esa no es la naturaleza del presidente. No respeta a los expertos, se rodea de aduladores y afirma que Colombia avanza por obra y gracia de su sapiencia.