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Tribuna Universitaria 17/11/2022

‘Qatarsis’ geopolítica

Martín Pinzón Lemos
Estudiante de Comunicación Social y Periodismo U. de la Sabana

La catarsis es un ritual de purificación en personas o cosas afectadas por alguna impureza. Esta limpieza la lograban los espectadores cuando empatizaban con las primeras obras de teatro en la Antigua Grecia. Se consideraban un término médico que purgaba el alma con melodramas, el drama y la tragedia. A pocos días del arranque del Mundial, parece evidente que Qatar 2022 es la versión reencauchada del telón helénico.

El fondo soberano catarí compra esta Copa del Mundo para lavar su imagen. Hubo corrupción en el proceso de selección de este Mundial. No importa. El embajador del certamen definió la homosexualidad como un “daño mental”. No importa. No hay infraestructuras suficientes para albergar los más de 800.000 turistas que espera la Copa. No importa. Más 100.000 asistentes dormirán en carpas en medio del desierto durante el torneo. No importa. Han muerto más de 6,500 trabajadores en la construcción de los estadios bajo condiciones inhumanas, según The Guardian. No importa. Las mujeres en este país del Golfo son ciudadanas de segunda clase. No importa. No hay democracia ni muchas libertades en el país. No importa. ¡El Mundial siempre se goza!

No hace falta irse muy lejos para descubrir la eficacia del sportswashing. Hace poco más de cuatro años se alabó la gestión del mismo Vladimir Putin que hoy masacra ucranianos por deporte. En ese entonces, los comentarios de que Rusia había cambiado, que ya no era una post-URSS, se imponían por la monumental infraestructura y gran recibimiento a los turistas, periodistas e invitados al certamen. El déspota moscovita había camuflado la anexión de Crimea, sus alianzas con los norcoreanos, su carente democracia y la futura guerra contra Ucrania con una cortina de oro. El muro de hierro tapó los horrores soviéticos y Rusia 2018 escondió la tiranía de Putin.

Esta receta, también aplicada por Videla o Mussolini, no falla. La euforia y la pasión se apoderan de un mundo que solo ve si la pelotita entra o no. Sin embargo, en términos geopolíticos, es mucho más trascendente que la obtusa visión de quienes atizan al deporte rey. La gente se maravilla con los monumentos, estadios, hoteles de lujo, bares, restaurantes, burdeles y las concurridas fanzones. Ahí no se habla de crímenes de lesa humanidad, discriminación ni absolutismo. Lo mismo que ocurre con los autócratas emiratíes con el Manchester City, los saudís el Newcastle United y el mismo Qatar con el Paris Saint Germain. “No hables de eso: no es fútbol”.

No obstante, esta autocensura no va más. En el fútbol alemán los tifos enuncian las barbaries catarís. Los entrenadores, como Jürgen Klopp del Liverpool, condenan las prácticas en las que murieron miles de trabajadores. La prensa deportiva empieza a sacar cifras de la praxis. La selección danesa diseña un uniforme en forma de protesta. Incluso, Joseph Blatter, presidente de la Fifa en la elección de Qatar, se arrepiente de su decisión. Sin embargo, parece que el enjambre de indignación ha llegado muy tarde. A menos de un mes para la Copa del Mundo, es inevitable que los árabes sean anfitriones del mayor evento deportivo del mundo.

Ahora bien, depende de nosotros si caemos en el embuste pérsico. Hace cuatro años nos metieron los dedos en la boca con la dictadura rusa. Ya conocemos las cifras de muertos, de falta de alojamientos, de fallas logísticas y lo retrograda que puede ser la ley en el país. Por supuesto que se pueden disfrutar los 64 partidos, gritar los goles, celebrar con amigos y pasársela bien, pero no se deben pasar por alto las atrocidades de la autocracia catarí. ¿Permitiremos que Qatar lave su imagen a costa de muerte, represión y esclavitud moderna? ¿Acolitaremos esta ‘qatarsis’ geopolítica?

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