Salario mínimo y empleo formal

La semana pasada recibimos una buena noticia: el desempleo bajó a cifras de un solo dígito, algo que no veíamos desde diciembre de 2019. Y aunque celebramos ese logro, no podemos olvidar que gran parte de esa reducción se debe a factores estacionales y de calendario que son característicos del último trimestre del año. Esto quiere decir que durante esos meses siempre se generan nuevos empleos temporales, pero son empleos que se vuelven a perder en enero y febrero. Por eso, lo que realmente debemos tener presente es que la tasa de desempleo desestacionalizada -es decir, sin contar con esos factores- todavía se encuentra por encima del 10%.

¿Por qué traigo a colación esa cifra? Pues porque en este escenario, en el que la recuperación del empleo después de la pandemia ha venido rezagada frente al crecimiento de la economía, la negociación del incremento del salario mínimo para el próximo año se vuelve crucial.

Técnicamente, este incremento debe fijarse según la inflación más el aumento de la productividad. Ya sabemos que la inflación anual en noviembre fue de 12,5% y que la productividad se calculó en 1,2%, por lo que en Anif recomendamos un aumento que ronde 13,7%. Una cifra mayor podría ser contraproducente para la economía en general y para el bienestar de los hogares colombianos.

Para explicar por qué nombro solo algunos de los puntos más relevantes. En primer lugar, un incremento superior impondría mayores barreras a la formalidad y a la generación de puestos de trabajo, sobre todo si se tiene en cuenta que el empleo en Colombia se concentra principalmente en microempresas. Esto no puede ser bueno en un país en donde más de la mitad, cerca de 52% de los trabajadores, ganan menos que el salario mínimo.

El escenario actual acentúa todavía más esta preocupación. La reducción de la jornada laboral ya es un hecho. Por otro lado, lo poco que se conoce sobre la reforma laboral desanima mucho: se ha dicho que los costos salariales no se van a tocar, que se eliminarán los contratos por prestación de servicios y que regresará el recargo nocturno, entre otros. Lo anterior indica que se incrementarían, aún más, los costos de generar empleo formal.

A eso se suma, como si fuera poco, un pronóstico de bajo crecimiento económico para el próximo año. Si a esta fogata se le añade más fuego con un incremento del salario mínimo superior a lo técnicamente sugerido, lo más seguro es que la generación de empleo caiga considerablemente.

Otro punto para destacar es que el salario mínimo funciona como indexador de 204 actividades, bienes y servicios. Esto quiere decir que esas actividades, bienes y servicios incrementan el mismo porcentaje que lo hace el salario mínimo. Es lo que sucede, por ejemplo, con la Vivienda de Interés Social (VIS) y la Vivienda de Interés Prioritario (VIP), donde el precio se expresa en número de salarios mínimos. Un aumento más alto de lo recomendado limitaría entonces cada vez más la posibilidad de acceso para las poblaciones con menos recursos.

Para el gobierno también supondría un problema en varios sentidos. Por ejemplo, incrementaría el valor real de los subsidios a las pensiones de los pensionados cuya mesada equivale a este rubro, lo que terminaría afectando el fisco de la nación.

Con respecto al tema de pensiones, vale la pena anotar que la cotización mínima al sistema contributivo de Seguridad Social esté determinada por el salario mínimo. Pero recordemos que más de la mitad de la población ocupada gana menos de un mínimo. No podemos seguir condenando a la gente a quedar desprotegida, sin posibilidad de cotizar a pensión o a tener que pagar una proporción muy alta de sus ingresos.

La discusión debe entonces centrarse en lo técnico y considerar las difíciles condiciones que de entrada enfrentaremos el año entrante para la generación de empleo. Es un hecho que un aumento real por encima de las capacidades de la economía generaría mayor informalidad y terminaría afectando el bienestar de los colombianos.