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Quienes no votamos por Gustavo Petro, no tomamos esa decisión solo por sus posturas ideológicas de izquierda y su discurso trasnochado de socialismo. Tampoco por su pasado y por considerarlo el autor intelectual del mal llamado “estallido social”, el cual no fue más que una estrategia sistemática para generar caos y evitar la gobernabilidad de Duque. Mucho menos pensamos en el episodio oscuro de las bol sas negras llenas de plata que le entregaron en medio de una campaña y que seguimos sin tener claridad de dónde venía.
No, esas no fueron las razones principales para que el voto fuera diferente. Lo que realmente nos movió, estoy seguro a la gran mayoría, es que sabíamos que si llegaba a ser presidente el país iba a retroceder y que viviríamos las horas más oscuras durante cuatro años. Han pasado diez meses desde que se posesionara y no estábamos equivocados.
Puede llegarse a pensar que queríamos que le fuera mal a un gobierno que no apoyamos, pero no, eso está muy alejado de la realidad, porque desear el mal a quien rige los destinos del país en el que se vive, se estudia, trabaja, se hace empresa, se crían los hijos, sería un acto de absoluta irresponsabilidad y rayaría con el fanatismo opositor ciego. Simplemente una lectura clara de quién era Petro, sus formas de hacer política, su discurso basado en el odio, eran una evidencia de lo que nos esperaba.
Pero la democracia funcionó en Colombia (esperemos que así continúe en 2026) y los votantes se dejaron ganar de la indignación (promovida por el mismo Petro) y creyeron en su proyecto. Hoy, quienes votaron por él pagan las consecuencias, al igual que nosotros.
Colombia ya no va mal. Colombia va peor y empeorando. Lo que ha pasado en los últimos días pone en duda la legitimidad de un gobierno de por sí cuestionado desde el momento en el que enarbolando las banderas del cambio terminó aliándose con quienes por décadas han estado en el poder solo con el fin de lograr, a como de lugar, sus reformas.
Lo que se ha conocido plantea muchos interrogantes: ¿Sabía Petro lo que en su nombre hacía Armando Benedetti? ¿Quién entregó esos $15.000 millones? ¿A cambio de qué se aporta una suma tan cuantiosa? ¿Tiene que ver este entramado con todo lo ya conocido de Nicolás, (el hijo al que no crió)?
Por otro lado, y no menos grave: ¿Estaba al tanto Gustavo Petro del abuso de poder de su mano derecha Laura Sarabia? ¿Permitió el Estado de manera consciente que maltrataran a Marelby? ¿Cuánto dinero en efectivo tenía realmente la jefe de gabinete en su casa, US$7.000 o $150 millones?
Las dudas quedan y seguro muy pocas preguntas tendrán una respuesta clara, pues sabemos que la narrativa del gobierno se orienta en desviar la atención y señalar para otro lado antes que reconocer su responsabilidad. No es de aplaudir que salieran del gobierno Sarabia y Benedetti, es lo mínimo, aunque no nos extrañemos si en un par de meses ambos están nuevamente trabajando.
Colombia merece respuestas y que los culpables de que hoy el panorama sea oscuro y sin posibilidades cercanas de ver la luz paguen por lo mal que han hecho. Los colombianos merecemos que la incertidumbre no sea el desayuno de todos los días.