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Después de casi 15 meses de cuarentenas se empieza a esbozar cómo será la transición a una nueva normalidad económica con menos restricciones. Gobiernos como el de Bogotá anunciaron esta semana un plan para que todos los sectores productivos de la ciudad puedan reactivarse a partir de junio, en un importante giro frente a las medidas que hasta ahora se habían implementado. El cambio de paradigma es adecuado pues el desgaste y la reducción de la efectividad de las medidas como el pico y cédula, los cupos epidemiológicos y los toques de queda es evidente.
El plan de reactivación, del cual conoceremos más detalles en los próximos días, se sustenta en la idea que los ciudadanos necesitan retornar a sus actividades habituales lo más pronto posible, con el fin de generar ingresos que reviertan la difícil situación económica de miles de familias. Situación que es cada vez más notoria en estos días de manifestaciones y descontento social. Sin embargo, ninguna política de recuperación estará completa si no se prioriza el regreso total de los niños a la educación presencial en colegios y jardines. Hay por lo menos tres elementos que hacen que el retorno a las aulas deba anteponerse, o por lo menos ir en paralelo, al resto de medidas de reactivación.
El primero tiene fundamento económico: Para ningún padre de familia es un secreto lo difícil que es retomar sus actividades previas a la pandemia, si los niños siguen en sus casas sin ir a clase. Según datos de Unicef, Colombia fue uno de los países que más días tuvo los colegios cerrados o en vacaciones en el último año (174 días hábiles), lo que inexorablemente afectó la capacidad de los adultos, especialmente de las mujeres, de movilizarse libremente y trabajar.
Casos como el de España, donde las escuelas han estado abiertas incluso en los picos más difíciles de la pandemia, o de ciudades densas como Nueva York, que anunció esta semana que no tendrá más clases virtuales cuando comience el año escolar en septiembre, muestran la clara tendencia a eliminar las restricciones que alejan a las personas de sus actividades productivas.
La segunda razón está asociada a temas de equidad. Es bien sabido que la educación virtual todavía es un lujo en nuestro país, y por lo tanto cualquier esquema de alternancia que la incluya es un generador de desigualdad entre ricos y pobres. La falta de computadoras, tabletas y de servicio de internet en miles de hogares vulnerables hace muy difícil que se pueda dar continuidad a un proceso educativo de buena calidad. Esto incentiva la deserción escolar, que según el Ministerio de Educación alcanzó casi 250.000 estudiantes en 2020, lo que a su vez es un nuevo factor de desequilibrio social que amplifica la inequidad.
Finalmente, está el componente de salud pública. Al principio de la pandemia, el argumento para acotar la presencialidad en los colegios estaba asociado con la creencia de que estos se convertirían en focos descontrolados de contagio. Después de casi año y medio de evidencia proveniente de todo el mundo, se ha revaluado considerablemente esa tesis. Por ejemplo, estudios citados por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades en Estados Unidos, CDC, muestran que la educación presencial en colegios no está asociada con episodios masivos de contagios, y que típicamente la transmisión del virus en centros educativos es menor a la de las comunidades en donde operan. Hay razones para justificar que los niños pueden estar incluso más seguros en el colegio donde el cumplimiento de las medidas de prevención es controlado y exigido, que en las calles de sus barrios. Si a esto le sumamos la vacunación masiva de profesores que comenzó esta semana en el país, se mitiga aún mas la posibilidad de contagios en las aulas.
El gobierno nacional, los mandatarios locales y los sindicatos de maestros tienen la gran responsabilidad de poner los derechos de los niños en el primer renglón de la agenda pública. Los argumentos económicos, sociales y epidemiológicos están servidos para que las clases en Colombia vuelvan a ser totalmente presenciales muy pronto, ojalá apenas acabe el receso escolar de mitad de año.