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En una columna de opinión reciente, se llamó a las autoridades a considerar la adopción del dólar como moneda en Colombia - proceso conocido como “dolarización” - para mejorar el bienestar del país. El autor justificó esta opción en que el colombiano prefiere dólares a una moneda “perdedora” que trae consigo inflación y volatilidad a la economía. Usando como ejemplo países vecinos (Panamá, Ecuador y El Salvador, todos usuarios del dólar como moneda de curso legal), realzó las bondades que tiene adoptar una moneda “dura”, en una comparación al menos injusta y, en algunos aspectos, incorrecta, como argumento a continuación.
Adoptar el dólar se justifica en que bajo este régimen monetario se puede lograr crecimiento más estable (y parecido al del país emisor) e inflaciones más bajas y estables. Respecto a lo primero, hay que destacar que los crecimientos de Panamá y de Ecuador presentan volatilidad elevada y superior a la de EE.UU. (emisor del dólar) y baja correlación con este durante 2000-2018 pese a usar la misma moneda. El Salvador, por otra parte, muestra baja volatilidad en su crecimiento y mayor correlación con EE.UU., pero también registró una de las menores expansiones promedio (cerca de 2%) para la región, junto con Argentina y México. Más aún, el crecimiento promedió algo menos que 4% para Colombia en dicho periodo, cerca a lo registrado por países con moneda propia como Chile y Paraguay.
En el campo de la inflación, usar el dólar eliminaría las alzas de precios en moneda local de bienes importados cuando el peso se deprecia frente al dólar. Este argumento omite el hecho que el control de la inflación está en manos de los bancos centrales.
Y aunque la experiencia ha sido variada en la región, no se puede desconocer que las mejoras institucionales en torno a la política monetaria (con bancos centrales independientes, metas de inflación y esquemas de comunicación claros y transparentes) han permitido que los episodios de alta inflación sean menos comunes. Colombia no es la excepción: la inflación promedio superó 5,5% entre 2000 y 2010, pero ha promediado menos que 4% (dentro del rango de la meta del Banco República para la inflación) desde 2011. Aunque la inflación se ha escapado del rango de la meta, lo ha hecho afectada por componentes de oferta (alimentos) que son independientes de la moneda en que se transan los bienes en la economía.
El tipo de cambio es una variable ajustable que permite regular desbalances en precios relativos. Cuando no está presente se evidencian desajustes sistémicos en la cuenta corriente de la balanza de pagos que resultan en abultamiento del endeudamiento externo. En Panamá, el déficit de la cuenta corriente ha promediado algo más de 7% del PIB entre 2000 y 2018, mientras que en El Salvador esta cifra fue 4,3%. Un acceso único a mercados financieros globales le ha permitido a Panamá financiar un déficit de manera sostenida, mientras que para El Salvador, flujos de remesas han jugado el mismo rol.
Estas son condiciones particulares que difícilmente se pueden replicar. Prueba de ello es Ecuador, que frente a un deterioro en los términos de intercambio y sin capacidad de ajuste por tipo de cambio, está en un proceso de ajuste que requirió ayuda del FMI y resultará en una recesión. El que haya espacio para mejorar las instituciones económicas no debe ser justificación para sustituirlas por esquemas inflexibles como la dolarización.