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Este año es de recuperación, un proceso que será desigual entre regiones y países porque la capacidad de respuesta contracíclica, la evolución sanitaria y otras condiciones particulares de cada economía son diversas. Uno de los factores a monitorear será la evolución de las condiciones externas en un contexto en que expectativas de mejor actividad y mayor inflación han llevado a alzas de tasas de interés, lo que engrosa la lista de factores de riesgo para la recuperación.
Financiar los déficits públicos y renovar deuda será menos costoso, pero no por ello más fácil que el año pasado. El costo de crédito subió marcadamente en la primera parte de 2020, pero este se moderó tanto por la mejora de perspectivas como por acción de la política monetaria a nivel global. Para principios de este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI), en su más reciente Reporte de Estabilidad Financiera Global, estima que, para países con calificación crediticia elevada, las primas crediticias han retornado a las observadas previo a la pandemia, mientras que para países con calificación en el límite de grado de inversión (‘BBB’), estas se encuentran aún unos 100 puntos base sobre los niveles prepandemia.
En este contexto, las necesidades de financiamiento de los países emergentes según estimaciones del FMI bordearán el 13% de su PIB en 2021. Parte de ello serán aún abultados déficits, que en la región rondarán entre 3 y 4% del PIB para Chile, México, Paraguay y Uruguay, mientras que Perú (5,9%), Argentina (6%), Brasil (7,3%) y Colombia (8,6%) enfrentarán necesidades de financiamiento aún mayores. Dos casos particulares son: Colombia, uno de los pocos países en el mundo que verá su déficit crecer frente al del año 2020, y Ecuador que, por estar en un programa con el FMI, vería una reducción importante de su déficit (hasta 2,4% del PIB, según el multilateral). Estas cifras muestran que el nivel de deuda pública seguirá subiendo, alcanzando para el bloque de los emergentes, excluyendo China, un 61% del PIB.
Más aún, las condiciones favorables para refinanciar los pasivos este año no están garantizadas. Primero, hay un reto en términos de composición de las fuentes de financiamiento. El año pasado, los bancos comerciales fueron los principales compradores de deuda en moneda doméstica, mientras que los bancos centrales (mediante medidas de liquidez y apoyo no convencional) absorbieron en torno a una sexta parte de dichas emisiones. Por otro lado, aunque la salida de inversionistas extranjeros se moderó desde mediados del año pasado, estos han sido lentos en volver a ser una fuente de financiamiento para el mundo emergente. Un rebalanceo es clave para evitar sobrecargar fuentes de financiamiento este año.
A ello se suma la descompresión de márgenes y primas por madurez producto de las alzas de tasas que hemos visto en EE.UU., en respuesta a mejores perspectivas de actividad, y de choques inflacionarios en algunas economías emergentes. De repetirse lo vivido en 2013, cuando la Fed anunció que terminaría con las medidas de estímulo no convencional, el FMI estima que podríamos ver alzas de hasta 100 puntos base en la curva de rendimientos, encareciendo aún más el refinanciamiento de los soberanos.
Finalmente, y no menos importante, es el hecho de que, ante alzas de tasas en EE.UU., una posible salida de capitales no sólo dificultaría el financiamiento del fisco, sino que podría agravar la situación desbalances externos en algunos países, sobre todo aquellos que no vieron correcciones significativas en sus cuentas corrientes el año pasado.