ANALISTAS 20/03/2025

El derecho a sentir el dolor

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

No sé cómo empezar a escribir esta columna que ha estado rondando mi cabeza y atravesándome el corazón durante esta última semana. Creo que es un tema mundano, pero a la vez profundo y que apela a todos los seres humanos. Empezaré por decir en medio de mi duelo sentimental, que todos los seres humanos tenemos derecho a la tristeza y al dolor. En la complejidad de nuestras dimensiones desde donde experimentamos la vida en lo físico, lo mental y lo espiritual, se anida la esperanza de encontrar una sabiduría universal que nos haga más fuertes y resilientes.

Y es que el mundo en el que vivimos no lo hace más fácil. Hemos olvidado que crecer y evolucionar duele, que la impermanencia nos enseña que no todo es para siempre y que debemos estar preparados para morir y renacer permanentemente. Es parte del proceso que se llama vida. Y en cierta medida es lo que le otorga belleza y valor a cada instante en el que reconocemos que estamos vivos.

Creo que el mundo actual se ha sumido en una especie de anestesia emocional en la que hemos perdido la capacidad de conectar con el ritmo de nuestras almas a través de emociones tan intensas como la pérdida, el dolor, el duelo y la tristeza. De alguna manera hemos crecido en culturas que evocan el heroísmo individual para autocomplacernos con la idea de que la felicidad es la única experiencia valiosa de la vida. La negación colectiva de las emociones que llevamos dentro sale a la superficie con variados síntomas que son comunes en diversas latitudes: el desasosiego, la ansiedad, la depresión y la desesperanza. Todas estas que empiezan a tejerse en una inmensa bola de nieve que se convierte en estadísticas arrolladoras sobre salud mental. Lo triste es que el tema puede agotarse allí mientras miles de corazones alrededor del mundo anidan la esperanza de ser escuchados y de tener derecho a romperse para que por sus grietas no solo entre la luz sino también el consuelo, el amor y la compasión de los que nos rodean. El derecho genuino no al drama sino a la apertura del corazón a las emociones, a la validez de lo difícil que se convierte en bello, del tocar fondo para ver la luz, de experimentarlo todo.

Pero falta mucho en la conciencia colectiva para abrir escenarios que transmuten los dolores individuales. Lo preocupante es que siempre estaremos rodeados de frases que se han convertido en un pseudo antídoto para continuar sin excusas: “No llores”, “No estés triste.”, “No te encierres, sal a vivir la vida.” Es como si toda esa compresión que nos invade el pecho por el dolor propio o el ajeno tuviera que erradicarse repentinamente por prescripción.

La desconexión con la tierra y sus devastadores efectos también es una desconexión con el derecho a sentir el dolor y darle espacio para que exista, habitarlo y escucharlo. La sabiduría de culturas milenarias e indígenas nos habla de rituales colectivos para acompañar los dolores en comunidad, los grandes y los pequeños. Yo me pregunto entre tanta guerra y muertos, masacres, estudiantes armados en escuelas, pero también familias disueltas, relacionas amorosas fallidas, donde están los rituales para trascender y honrar nuestra capacidad de sentir y de vivir el proceso. Parece agotarse el sentido en tendencias de posts en las redes que hacen de lo profundo algo superficial y viceversa. Carl Jung nos decía que el cambio reside en tres principios: en la introspección, la capacidad para atravesar el dolor y sufrimiento y la acción. Diría que nadie nos enseña a lo largo de la vida las anteriores con total propósito e intención.

Nos hacen falta rituales y espacios para entender nuestros dolores y cualquiera que sea su origen. Hoy a mí me duele el corazón por una relación fallida y he decidido contarlo abiertamente para que mi dolor entre al inventario universal de los dolores humanos y al escribir sobre ello, se abra un escenario para sanar y acompañarnos. Esta es una verdadera medicina espiritual en un mundo que nos obliga de cierta manera a ser fuertes todo el tiempo y resilientes, soportar y no habitar, negar y no honrar.

La práctica necesaria es la autocompasión para regular el miedo a estar sin un piso para nuestras emociones. Los rituales sencillos que nos ayuden a reconocer y sentir el dolor sin la vergüenza de aceptarlo. Mis rituales de estos días y que he aprendido en mi búsqueda espiritual: escribir, el mar, el silencio, la meditación, el ejercicio y la música. Con ellos metabolizo el dolor, pero también me uno a una sentida conexión universal con todo el dolor que está soportando el mundo ¿Qué rituales tienen ustedes para el dolor? Es mi pregunta necesaria el día de hoy.