ANALISTAS 24/04/2025

El mundo se está quedando huérfano

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

Debo decir que esta columna nace de una sensación reciente de soledad y vacío que me ha acompañado en el estómago ya por varios días. Al sentarme a escucharla y a meditar he encontrado el sentido de sus síntomas que estoy segura, no sólo me pertenecen, sino que intuyo puede hacer parte de un sentimiento colectivo de tristeza que viaja por el mundo recientemente. Tal vez ustedes han sentido esto también, un poco de desasosiego y ansiedad por la realidad desafiante que experimentamos. La muerte reciente de grandes líderes que con su voz nos han acompañado sembrando con su palabra esperanza y sabiduría, me entristece profundamente. Un escritor como Mario Vargas Llosa gran pensador, amante de los libros y promotor de la lectura como herramienta para liberar al mundo de la ignorancia y la incapacidad de soñar. Un hombre que representó en sus letras la historia, esperanza y angustias no solo de Perú, sino de Latinoamérica entera. Una prominente voz del entorno literario que deja de nutrir nuestra existencia con sus letras.

Y ahora la muerte del Papa Francisco, un líder espiritual de avanzada, carismático, ecuánime y sabio. Que más allá de representar a una religión nos llevó en muchas ocasiones a apreciar la vida con gratitud, sencillez y compasión, con sus mensajes sutiles y reformas inéditas a la iglesia nos enseñó sobre generosidad y solidaridad, sobre la conexión que nos une como humanidad y la importancia de entender nuestra interdependencia. Una voz de paz que también en su oficio de escritor dejo una gran literatura. Otra voz de Latinoamérica que se apaga en el gran escenario del mundo. Qué dolor y qué sentimiento de orfandad el que me generan estas pérdidas.

También en esta larga cadena de pérdidas difíciles de aceptar existen aquellas imposibles de explicar. Esas que también suman a esta sensación de inmenso vacío y desesperanza. Las muertes de los niños en la guerra. Según la ONU, la guerra de Gaza ha dejado ya cerca de 15.000 niños y niñas muertos mientras que la guerra entre Rusia y Ucrania deja unos 2.000. Esto es aborrecible e inexplicable. Un mundo que mata a su infancia está condenado a desaparecer.

Y al ver todo esto ese sentimiento de orfandad sigue expandiéndose desde mi abdomen por todo mi cuerpo para clavarse en el corazón como un puñal. Esta es una dura realidad que tiene efectos en nuestro cuerpo, alma, corazón y mente. La esperanza empieza a desvanecerse y surge un sentimiento de orfandad existencial en donde se posesionan la impotencia y el dolor como acompañantes asiduos de nuestra vida.

Mueren poco a poco las cualidades humanas que nos puedan otorgar paz y resiliencia y nos quedamos huérfanos de grandes ideales. Crece la orfandad ética porque los valores no se practican y la moral se resquebraja. De la mano de los grandes líderes y de nuestros niños que ya no están nace muy en el fondo de nosotros un invierno prolongado que a veces se convierte en lágrimas, otras en dolor y hasta en ira. El miedo se multiplica y se alimenta de incredulidad...

No sé si le hayan sentido, pero tengo familia y siento ser huérfana de este mundo en donde parece que camináramos hacia atrás, siento que he dejado de pertenecer. Las sumas y restas nos dejan en un déficit ineludible de futuro. A mí no me dan las cuentas de ganancias cuando los líderes que se van no tienen sucesores en la tierra. Pues lo que surgen y cada vez con más fuerza nos hacen sentir una profundad soledad y aislamiento. Un ostracismo social que nos roba la pertenencia, el sentido de ser parte de algo que nos conecta y nos conmueve como humanidad. Ese algo que está hecho de ideales grandes y nobles por construir un mundo colmado de amor, unión, progreso sostenible e infinitas posibilidades.

Lamento este pesimismo consciente y sentido, pero debía compartir con ustedes esta sensación a la que por fin pude ponerle un nombre. Como dijo Vargas Llosa alguna vez: “Un escritor no escoge sus temas, son los temas quienes lo escogen”.

El mundo se está quedando huérfano, nos quedamos sin la esperanza de los niños que mueren y nunca crecen para llenarnos con su curiosidad e inocencia. Nos quedamos sin esos líderes que apadrinan nuestros sueños y esperanzas. Nace el vacío que es incierto y en algunos casos duele. Yo, sin embargo, a pesar de la tristeza que me acompaña elijo esta frase de Víctor Frankl para terminar: «El amor es la respuesta al vacío existencial que todos experimentamos», y con ella busco recargarme con algo de optimismo.