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Si fuéramos a escribir la historia de la emancipación de la humanidad en estos tiempos, estaríamos ante una gran tarea de autorreflexión. Un ejercicio de liberación de tantas cosas que nos atan y nos impiden vivir desde un lugar más amplio, inspirador y con mayores posibilidades para el crecimiento espiritual.
Es evidente que todos queremos liberarnos de algo, en ocasiones nos sentimos impedidos para vivir desde nuestro pleno potencial o realizar esos sueños que casi siempre quedan guardados en un “después” de todas las tareas obligatorias y apremiantes que nos impone el guion de la vida. Estudiar, trabajar, producir, pausar y repetir. El disfrute de la vida se divide en pequeñas dosis e intermedios que nos conceden el espacio para disfrutar de una puesta de sol, visitar el mar y hundir nuestros pies en la arena, comer algo que nos guste y poder saborearlo, tener conversaciones profundas y espontáneas con nuestra familia, entre muchas otras cosas.
Y es cuando tenemos la posibilidad de pausar y tener experiencias que nos conectan más con la vida, cuando nos damos cuenta de que a veces esas cosas que nos hacen bien y que necesitamos, quedan al final de la agenda cuando se hayan evacuado las obligaciones que a veces poco aportan a un florecer de nuestro espíritu.
Escribo esto porque siempre que termina un año y empieza el siguiente todos sacamos de nuestros bolsillos las listas olvidadas de lo que verdaderamente queremos hacer para convertirlas de nuevo en propósitos postergables en el afán cotidiano. Entonces el inventario empieza a delatarnos en una suerte de revelación de todo aquello de lo que nos hemos perdido. Para mí el ejercicio debería empezar por darnos cuenta de qué son aquellas cosas que no nos permiten vivir en libertad, porque la libertad es un estadio de plenitud en el que con conciencia, amor y dedicación esbozamos nuestra vida como una obra de arte. Más que soñar con un ideal de vida, este ejercicio requiere una disciplina espiritual para mirarnos y encontrar cuáles son nuestras limitaciones para poder alcanzar aquello que sabemos nos hará seres humanos más completos y felices.
El problema de las resoluciones de año nuevo es que precisamente nacen de un anhelo que fácilmente se desvanece en las rutinas cotidianas y que desahuciamos antes de que vea la luz pues tememos hacer cambios. Las resoluciones están en el segundo plano de la película de nuestra vida porque deben competir con nuestros miedos, hábitos y creencias limitantes. Hoy más que nunca necesitamos un ejercicio de liberación de tantas ataduras que nos detienen y nos abrazan sin darnos cuenta y que están hechas de unos rígidos arquetipos sociales, pero también de los mantras que ideamos y nos repetimos durante toda nuestra vida.
Si es en esta época del año en la que nos damos el espacio para pausar y reflexionar sobre lo que es verdaderamente importante para nuestra existencia entonces que esta oportunidad nos permita mirarnos con más atención y antes de escribir una lista de compromisos, identificar qué es eso que no nos deja cumplirlos. La liberación es un ejercicio trascendental en el que decidimos conscientemente trabajar en nuestras sombras para poder ver la luz. Si me preguntan a manera práctica qué es aquello de lo que tenemos que emanciparnos para poder cumplir con nuestros propósitos diría: el miedo a ser felices, las creencias limitantes, la idea de que pensar en nosotros primero es egoísmo.
Y para contrarrestar estas limitaciones haría unas simples invitaciones: Tomar riesgos. Escuchar más al corazón. Regalarnos más tiempo para nosotros mismos. Centrarnos más en ser que en tener. Más que un feliz año, les deseo un 2023 emancipado y libre.