MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Hace unas semanas la implosión de la cápsula Titán fue noticia. Entre tantas interpretaciones leímos sobre la extravagancia de un millonario que pagó una suma importante de dinero por lo que para muchos significa cumplir un capricho. He decidido ver este incidente como un desafortunado resultado de la insaciable curiosidad que a veces nos puede conmover como humanos. Si dejamos de un lado el factor económico de este hecho nos encontramos con una expedición a lo profundo del océano con la intención de revisitar un error histórico que quedó plasmado en el ADN de la humanidad.
Sin duda alguna la noticia estuvo cargada de inverosímiles datos como el hecho de que una nave oceánica fuera tripulada por un control muy parecido al que se usa para el juego de Play Station. Sin embargo, lo que cautiva mi atención desde mi inquietud espiritual es la información de las personas que deciden emprender esta arriesgada expedición y sumergirse a 12.500 pies de profundidad, un lugar a donde no llega la luz del sol.
Viajar a la oscuridad donde han quedado ocultos universos inexplorados, para mí actúa como una perfecta metáfora de los desafíos que vivimos en la actualidad. Y hablo de desafíos espirituales en una era que nos llama más a mirarnos como especie y entendernos en las dualidades y dimensiones que nos habitan. La mente, el cuerpo, el corazón y el espíritu son océanos aún inexplorados.
Titán era el nombre de la cápsula y no en vano, los titanes representan en la mitología griega una raza de poderosas deidades relacionadas con el planeta. Lo que cuesta trabajo entender es que un millonario quiera ir a lo profundo, pero aquí cabe revisar las curiosas coincidencias de sus tripulantes. Stockon Rush, fundador de Ocean Gate, creció con la idea de ser astronauta, Hamish Harding, hombre de negocios y piloto de avión, había viajado al espacio en una misión de Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos. Shanzoda Darwood, millonario que viajaba con su hijo, era miembro del Seti Institute, que trabaja en la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
Si queremos trazar un hilo conductor todos eran hombres con una gran curiosidad por explorar la existencia desde todas las esferas, el cielo y su opuesto las profundidades del océano. Para mí esta es una metáfora existencial en la que podemos reflejarnos todos. Sabemos que debemos buscar respuestas en lugares no evidentes, a nivel espiritual, el mundo caótico que habitamos nos llama a buscar dentro de nosotros en las profundidades de nuestras dimensiones, respuestas a las preguntas existenciales más trascendentales.
Sin embargo, hemos perdido el norte y no sabemos hacía donde enfocar nuestras brújulas. Encontrarnos con lo que yace en nuestro interior puede causar una implosión más fuerte que la que ocurrió en la cápsula Titán, podemos rompernos hacia adentro de ira, dolor, confusión y remordimiento. Podemos sentir la presión más agobiante que la que encontramos las profundidades del mar, aquella que nos haga sentir que hemos desperdiciado el tiempo desconociendo nuestro verdadero potencial espiritual.
Hay viajes de viajes. Hay exploraciones siempre pendientes. Expediciones audaces. Lo paradójico es que estamos llamados a emprender un viaje valeroso hacia el interior de nosotros mismos para transformar aquellas cosas que no nos han permitido evolucionar espiritualmente como seres humanos. Esta no es una cuestión de dinero, avances en la ciencia o reconocimiento. Es más una cuestión de introspección, compromiso y responsabilidad personal por alcanzar una evolución necesaria como especie. Hemos vivido ya demasiadas implosiones metafóricas en nuestra existencia. La curiosidad está llamada a ser una de las grandes herramientas de transformación humana.