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Hoy mi llamado es a encontrar esas palabras valiosas en el lenguaje que nos regala la sociedad y elegir con qué adjetivos y verbos nos queremos quedar para esculpir nuestra identidad
Existen celebraciones particulares, festivos religiosos, conmemoraciones de hechos históricos y muchos días en el calendario a los que se les ha adjudicado un segundo nombre. El Día Internacional de la Mujer se reconoce como una fecha mundial para recordar y celebrar a las mujeres en sus luchas y logros. Hemos transitado un camino marcado por un propósito de reivindicación histórica que nos ha llevado a abrir espacios de participación, buscar la igualdad de género y defender nuestros derechos en diferentes escenarios. No caeré en el cliché colectivo de decir que el Día de la Mujer son todos los días, más bien quisiera reconocer que las luchas de las mujeres son todos los días y que a veces esas pequeñas victorias alcanzadas en una cotidianidad demandante no son tan visibles ni celebradas por la sociedad. Porque las mujeres no solo vivimos intensamente, también luchamos permanentemente por explicarnos entre adjetivos y verbos que nos han sido social e históricamente adjudicados. Es una dualidad impuesta culturalmente que nos acompaña en nuestra esencia femenina.
Los adjetivos que nos ha regalado la historia reposan en un amplio inventario a disposición de una sociedad onerosa y a veces excesiva en su lenguaje. Algunas veces usados acertada o desacertadamente estos adjetivos construyen la realidad que nos acompaña. Aquí mencionaré algunos que me impactan pues me han tocado ya sea por su inspirado uso o abuso. Los que llegan a través de un entusiasmado admirador, todas tenemos uno, o los que escuchamos en canciones populares a las cuales no podemos responder directamente.
Para adular la belleza nos regalan palabras como hermosa, divina y en el grado más elevado de morbo “mamacita”. En canciones inspiradas nos cantan “mujeres divinas” o en el degradado reggaetón “bellaquita” o “bichota”. Por otro lado, de acuerdo con ideales culturales comúnmente aceptados nos llaman trabajadoras, entregadas, fieles, buenas madres. Todos estos adjetivos tejen una gran colcha de retazos que se convierte en el imaginario colectivo para describir a las mujeres. Nosotras mismas nos dejamos envolver en ese manto que es también materia prima para juicios, altas expectativas y arquetipos rígidos en los cuales buscamos encajar.
Al mismo tiempo en esa generosidad y amplitud del lenguaje también existen los verbos. Aquellos que nos llaman a la acción, que son intención y respuesta a nuestras interacciones con el universo. El verbo nos empodera y nos sostiene ante la vida. Las mujeres somos en ocasiones más verbo que adjetivo y esa ha sido parte de la lucha, responder a adjetivos que nos desdibujan, con verbos que demuestren nuestra esencia y valía en una sociedad que aún nos examina y juzga de manera minuciosa. Y entre los verbos que más debemos usar en nuestros roles de madres, hijas, hermanas, amigas, amantes, líderes, están: demostrar, luchar, responder, explicar, cumplir, amar, entender, aprender, significar o representar. Una amplia lista que siempre estará allí para nutrir esa revolución silenciosa con la que estamos comprometidas desde las diferentes esquinas de nuestras vidas.
Diría que esa puja entre adjetivo y verbo nos ayuda a construir identidad. A veces los adjetivos erigen imágenes y estereotipos unas veces acertados otras erróneos. El lenguaje es el maestro constructor de la realidad. Y es allí cuando el verbo nos sirve de herramienta para reivindicarnos ante adjetivos que no corresponden a nuestra verdadera esencia. Pues las mujeres podemos ser divinas y demostrar inteligencia, ser buenas madres y equivocarnos, ser femeninas y encontrar el coraje y la fuerza como banderas.
Hoy mi llamado es a encontrar esas palabras valiosas en el lenguaje que nos regala la sociedad y elegir con qué adjetivos y verbos nos queremos quedar para esculpir nuestra identidad. Esta es una tarea necesaria en una era en la que nos hemos convertido en artificio de la crítica y consecuencia de los juicios. Yo me quedaría con más verbos que adjetivos, con más cualidades espirituales que físicas. Con palabras que no nos desvíen de nuestra esencia de mujer: amor propio, dignidad, valentía. Y verbos deliciosos como amar, trabajar, crecer, crear y trascender.