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¿Qué pasa con el mundo últimamente? Una pregunta tal vez demasiado ambigua y abierta con múltiples e innumerables respuestas. Y es que hoy me levanté con una sorpresiva ansiedad. Ansiedad de aquellas que prende la mente a revoluciones aceleradas y sin tregua. Pero entonces, ¿si yo soy profesora de meditación? Precisamente el meditar me permite darme cuenta de esas revoluciones interiores antes de que hagan un take over de mi estabilidad mental y emocional.
Se encendió la alarma a las 7 de la mañana y con ella un incontenible vació en el estómago causado por la angustia de lo que no he hecho en esta época de navidad y que otros ya han adelantado. Como en una carrera contra el tiempo en la que yo voy de últimas y los otros pasan a mi lado ondeando la bandera de novenas asistidas y organizadas, fiestas empresariales de fin de año disfrutadas, primas gastadas en regalos abundantes y en demasía para todos, familiares e incluso todos los que están nuestro feed de WhatsApp.
A la delantera de esta carrera están los que han logrado una decoración obsesiva de sus casa con papás Noel gigantes que se inflan a la entrada del garaje, la casa cubierta en luces sin importar las cuentas de los servicios al final de la temporada, los jardines atestados de muñecos de nieve, adornos varios y hasta musicales
Y yo que abro los ojos y veo todo esto y estoy en las últimas posiciones de esta carrera navideña. Una maratón atiborrada de obligaciones impuestas no sé desde donde pero que ciegamente todos seguimos. Y me miró y me veo organizando círculos de mujeres y espacios de meditación para reflexionar y cerrar el año con propósito para recibir el que viene. Y me veo aprovechando las vacaciones para dormir, descansar y leer libros que he dejado abandonados por competir con mi escaso tiempo. Y me veo también dedicando el espacio para desayunar y saborear esa primera comida del día que siempre tomamos corriendo con un pie adentro y otro afuera de nuestra casa.
Entonces entiendo mi sensación de desasosiego. Y sin embargo me quedo en la cama para abrir Netflix y encontrar la excesiva oferta de películas banales de Navidad que siguen la misma fórmula en todos sus guiones, historias cursis, colmadas de regalos ficticios en ciudades perfectas; infestadas de nieve y árboles de Navidad que parecen de mentiras, galanes que conquistan mujeres estilo Barbie. Pero entonces pienso que son así porque con tantas obligaciones nuestra mente no aguantaría un esfuerzo más para entender tramas elaboradas.
Y entonces decido dedicar mi tiempo como el mejor regalo de esta época no para perderme en Black Fridays, rebajas, filas de centros comerciales y ofertas en redes sociales sino para jugar tenis. Y caminando hacia la cancha siento de nuevo la sombra, el peso, la duda de no ir a la par con todos los que conozco, vecinos, amigos y familiares que ya han hecho el checklist de su Navidad.
Un checklist que no contempla tiempo para nosotros mismos, para parar y reflexionar sobre los aciertos y desaciertos de esta año y sobre las emociones con las que terminamos esta carrera del 2024. Tiempo para abrir nuestro corazón y mente y mirarnos con amor y compasión para empezar el año que viene en conexión plena con quiénes verdaderamente somos y con nuestro propósito.
Lo peor es que después de esta intensa carrera y al cruzar la meta, esa cúspide representada en muchos casos en una abundancia material desmedida, llega la resaca colmada de cuentas por pagar, deudas en las tarjetas de crédito, malestar físico por los excesos y una especie de guayabo y limbo emocional por el cansancio y el agotamiento al que nos sometemos como esclavos de la Navidad.
En qué momento se nos olvidó su verdadero sentido. Y aquí si me uno a esa premisa típica de muchas de las películas navideñas ¿cuál es el verdadero regalo de navidad que necesitamos? ¿el más significativo? ¿aquel que el dinero no puede comprar?
Para mí en medio de esta ansiedad el mejor regalo es el tiempo que se multiplica en otras tantas bendiciones. Tiempo para amar, para desayunar, para ver a la cara a nuestra familia y expresarles nuestro amor con un abrazo. Tiempo para hacer pereza y saborear nuestra comida favorita. Y para la humanidad: tiempo para parar, meditar, y comprometernos con ser mejores personas y cultivar nuestra espiritualidad. Aquella que le dé la vuelta a un mundo confundido, separado y en una profunda crisis de miedo e incertidumbre.