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ANALISTAS 10/10/2024

Póngase la máscara y luego auxilie a otros

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

Esta semana me tomé un break, decidí salir a un retiro de silencio intermitente, meditación y yoga. Algo que no quisiera llamar detox porque considero que esa palabra tan usada hoy en día para revertir todo aquello que física o mentalmente nos perturba o molesta pierde mérito en su sentido pasajero y superficial. Es una vía alterna pero momentánea a los cambios que quisiéramos lograr en nuestra vida. Yo me tomé estos días porque como mujer siento que he estado en un período de piloto automático que me llama a reconsiderar mis espacios y rutinas y no desviar mi cotidianidad en una agenda que impuesta o no, permea cada uno de mis días. Tal vez los hombres se puedan identificar también porque hablo de la suerte de inercia colectiva en la que nos sumergimos con frecuencia y que se evidencia en sentimientos de ansiedad, anhelo y a veces desasosiego.

Y para quiénes empiezan a identificarse con lo que digo les traigo un inventario de síntomas que mis prácticas espirituales me han ayudado a ver con claridad. Esta inercia colectiva que muchas veces los terapeutas califican como estrés está hecha de: falta de aire, ausencia de tiempo, nostalgia por lo desvivido, inseguridad existencial, juicios culposos y entre otras, falta de creatividad que para mí es la chispa de la vida. Y es que si pudiéramos estudiar el origen de estos síntomas podría decir que es variado pero bien puntual, un afán por cumplir con tareas y deberes y marcar la casilla de pendientes, una exposición excesiva a noticias e información de las redes, un llamado interno a cumplir con el molde de arquetipos sociales específicos.

Todos hemos sentido en algún momento de nuestras vidas estos síntomas, sin embargo pienso que se hacen cada vez más recurrentes. A mí me visitan sobre todo cuando aterrizo en la cama y siento un cansancio confuso, soledad, miedo y ansiedad. Y aquí es cuando me subo al avión para empezar esta semana de break y encuentro en la máscara de oxígeno y sus instrucciones, la metáfora perfecta para entender lo que en este momento necesitamos muchos seres humanos para encontrarnos con el verdadero propósito de nuestra existencia y volver a contactar con nuestra verdadera esencia. Ponerse la máscara de oxígeno primero para estar bien y ayudar a los demás aplica para todos los escenarios de la vida y más hoy cuando el mundo nos exige ser parte de una dinámica imparable de metas y resultados.

Ponerse la máscara de oxígeno para mí significa el parar y respirar. Algo tan evolutivamente simple y sencillo pero que hemos perdido la capacidad de hacer. Parar, sentarnos explícitamente para conectar con nuestra respiración y a través de ella sentir nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro corazón. Parar para dar espacio a una exploración del ser y ver a través de nuestra conciencia lo que somos y necesitamos para tener una vida plena. Porque si hay algo cierto es que todas las preguntas existenciales más profundas tienen respuesta cuando viajamos al interior de nosotros mismos.

Sin embargo, nos da miedo ver porque preferimos buscar ideales de nuestra mejor versión en las redes sociales. El construir esa mejor versión desde lo que nos dice nuestra intuición y corazón nos cuesta pues debemos hacer renuncias y compromisos. Y esto requiere valentía y determinación. Ahora bien, existe otro lado perverso de esta búsqueda y es la idea de que si pensamos en nuestro bienestar primero estamos siendo totalmente egoístas. Eso es lo que hace que las mujeres nos sintamos mal por buscar espacios sólo para nosotras sin nuestros hijos o pareja o que los hombres también se sientan con temor de expresar su deseo de hacer algo que llene su espíritu sin estar acompañados.

Es allí cuando empezamos a ahogarnos. Moldeamos nuestra vida con extraños límites inconscientes que no nos permiten respirar cuando más lo necesitamos, que no nos dejan buscar espacios para el diálogo interior, para escapar un fin de semana y renovar nuestro espíritu. Entonces postergamos ese viaje soñado o dilatamos el espacio en nuestras agendas para el bienestar, y convertimos el “no me alcanza el tiempo” en la excusa predilecta para nuestro abandono.

A todos aquellos que han sentido esto les escribo esto “hay que parar”. Mientras me siento en frente del mar y al unísono con las olas abro mi corazón puedo decir que es un compromiso personal necesario. Debemos poner esa máscara de oxígeno como prioridad para lograr el equilibrio en nuestra vida, para cuidarnos, amarnos y escucharnos y así poder hacerlo con los demás. No es egoísmo sino deseo genuino de estar bien y poder llevar ese bienestar a todos los que nos rodean. La soledad no es un pecado, sino un poderoso regalo para reconectar y expandirnos. La máscara de oxígeno existe por una razón.

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