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Por más que trate de depurar los contenidos que aparecen en mis redes, recientemente me encuentro al abrirlas con un pantallazo o video de imágenes de violencia, robos, incendios y toda clase de mensajes apocalípticos. En esta oportunidad, debo decir que la noticia que encontré tocó profundo mi corazón.
La condena de un prestigioso médico bumangués, Antonio Figueredo, por delitos de violencia intrafamiliar y acceso carnal violento contra María Paula Pizarro. Un caso más de desgarradora violencia contra las mujeres que afortunadamente no termina en feminicidio y en la que parece hacerse justicia. Escucho el testimonio de la víctima y entonces me pregunto ¿por qué nos da tanto miedo a las mujeres?
Y es que en la mayoría de los casos en que hay violencia o estamos inmersas en alguna situación que sobrepasa los límites del maltrato sentimos un enorme temor de hablarlo. Como mujer me cuestiona, no sólo por solidaridad de género, sino porque sé que muchas veces en la vida y hasta sin saberlo podemos estar sufriendo un maltrato que no necesariamente involucra violencia física, existe ese gen de la violencia que es psicológica y que silenciosamente también deja huella y heridas profundas en la mente y en el corazón.
Mi intención no es victimizar a las mujeres, sino hablar desde el corazón de algunas cosas que solo nosotras sabemos cómo se sienten. En esta ocasión, el miedo que aparece desde las entrañas para recordarnos desde el género que en ocasiones vestimos una capa de heroínas invisibles por habernos adaptado al guion de la existencia. Que dejamos de lado los sueños por ayudar a otros a perseguir los suyos. Que recibimos bofetadas muchas veces sin rastro, pues no son físicas, y duelen pues abarcan el alma y el intelecto.
¿Por qué nos da miedo a las mujeres? Porque pertenecemos a una condición de género impregnada socialmente por creencias y expectativas que pretenden moldear la perfección. Somos arquetipos inamovibles y sagrados: madres, novias, esposas, hermanas, hijas. Somos el recuerdo vivo de muchos traumas de infancia, que podrían medirse por las veces que nos sentimos discriminadas por ser débiles o deber ser femeninas. Porque nos persigue el temor como una sombra que se adapta al tamaño de nuestras aspiraciones, esto nos debilita y nos perturba sobre todo en esos momentos en los que debemos defender nuestros sueños, reivindicar nuestros derechos y revelarnos ante las situaciones dolorosas.
El miedo que nos habita es una característica genética que se nutre de nuestra historia y traumas ancestrales. Dolores que viajan en el ADN para constituirnos y moldearnos, hacernos visibles o invisibles. Luchas acumuladas, muertes y traumas que interconectan historias, vivencias y despiertan aflicciones. Porque las historias de las mujeres todas las sentimos tan cercanas, una Malala, una Masha Amini, una Rupi Kaur, una María Paula Pizarro, una Michelle Dayana, una Luz Mery Tristán, la lista es interminable pues de muchas nunca sabremos ni el nombre.
Las cifras lo dicen todo. Según la Procuraduría General de la Nación, más de 20 mujeres fueron víctimas de feminicidio en enero 2024. En dos de los casos eran menores de edad. En lo que va de 2024, el Ministerio Público ha generado 84 alertas derivadas de valoraciones por Medicina Legal por violencia intrafamiliar o de pareja. En 2023 emitió 848 alertas por riesgo de feminicidio.
Y entonces en todas estas historias aparece el miedo, un miedo silente que es común denominador y que viene de diversas maneras: un dolor profundo en el estómago, una ruptura en el corazón con latidos intermitentes, un temblor insoportable en las piernas, un insomnio perverso e interminable y la ausencia de la voz. Una voz necesaria para reclamar justicia. Una voz con suficiente fuerza para ser escuchada. Yo lo he sentido muy dentro, no sé si ustedes también. Las mujeres somos víctimas silenciosas de muchos destinos, situaciones, infortunios.
Pero más que eso a veces somos prisioneras del peor enemigo: el miedo. El primer paso es saber sus causas para entenderlo y usarlo como herramienta para evolucionar. Recuerdo esta frase de Pema Chodron, escritora budista: “el miedo es una reacción que nos acerca a la verdad”. Ese miedo que llevó a María Paula Pizarro a denunciar a un hombre que la maltrataba y que puede ser la llave para muchas mujeres salir de la oscuridad a la luz.
El miedo como aliciente para hablar y transformar a través de nuestros testimonios un mundo caótico, violento y frío.