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La semana pasada me encontré caminando por las calles de Cartagena y con la suerte de que rincones inhóspitos fueran colmados por pensadores y escritores convocados por el Hay Festival. Personas que acudieron de diferentes lugares del mundo con la esperanza de repensar el presente y anticipar un futuro más esperanzador. Mi reflexión después de días de interesantes conversaciones es que estamos experimentado un agotamiento global. Vivimos en un mundo en donde las narrativas para contarnos a nosotros mismos se han quedado inertes en relatos de guerras, giros drásticos del mundo ocasionados por la economía, la salud y en muchos casos la política. Y en todo este escenario lo que verdaderamente está en juego es el futuro de la humanidad y la salud mental de todos pues tendremos que enfrentar desafíos aún más complejos que los que hemos vivido hasta el momento. Si leyéramos un compendio de las sociedades contemporáneas encontraríamos capítulos enteros con desesperanzadoras cifras que agotarían nuestra capacidad de asombro.
Todos somos escritores del destino de la humanidad y escogemos escenarios para desempeñar nuestros roles, ya sea como protagonistas activos de esta gran tragedia o como actores pasivos y observadores de la debacle. Hemos creado un lenguaje oscuro en el que los verbos cargados de un halo de destrucción tejen un enjambre de historias que nos hemos ido creyendo a lo largo de la historia. Destruir, explotar, ignorar, ambicionar, postergar, discriminar, arrojar, contaminar, olvidar, la lista se vuelve interminable. Vivimos un momento de cambio inevitable en el que estamos descubriendo con crudas realidades que no somos el ombligo del mundo. Sin darnos cuenta, hemos hecho de la historia reciente de la humanidad un género imposible de abordar con cordura. Se requiere un cierto grado de locura para vivir en un mundo con tanta incertidumbre y caos.
Se requiere también de coraje para parar, respirar y cambiar la mirada. Hacer un proceso de catarsis y aterrizar las reflexiones en un papel. Ese es el valor de pensadores como Philipp Blom, filósofo alemán que critica la creación de la sociedad basada en el crecimiento económico cuando hay un solo planeta y no es suficiente. Que propone la imaginación y el arte de contar historias como salida para pensar el futuro de una manera radicalmente diferente sin adoptar las palabras y conceptos del pasado. Una imaginación que seguro hemos olvidado existe y por ende no sabemos cómo cultivar.
También se requiere melancolía como motor para la escritura, como lo dice el joven escritor chileno Benjamín Labatut, que nos habla de un delirio humano en donde la gente normal hace más daño que los locos presos de su desvarío. Y es allí en el escenario de las convulsiones humanas en donde requerimos conectar cabeza y corazón para pensarnos a nosotros mismos. Esta es sin duda una interesante apuesta en un mundo en el que nos hemos desconectado de nuestras más poderosas dimensiones: intelecto y emociones ejercen una poderosa colaboración.
Todas estas ideas confabulan en un escenario de esperanza. El reconocer que el hombre tendrá siempre una infinidad de posibilidades y salidas diferentes a las diseñadas por el ingenio de la tecnología nos aliviana la carga de pensar en un futuro en el que ya no somos un habitante todopoderoso de la Tierra. Y es que nunca estuvimos llamados a serlo, nuestro poder es otro y está en la imaginación, en la capacidad de escribir la historia, de crear escenarios en los que nos sintamos, nos veamos y actuemos de acuerdo a una narrativa más humana y estética en el sentido de conectar con el espíritu y el corazón. Susan Solnit, escritora estadounidense, nos dice que el lenguaje es un contrato que hacemos con el otro y que a partir de él debemos cambiar las historias que nos hemos venido contando. Entender la literatura como un instrumento transformador y un escenario narrativo que la lógica no puede construir. Hasta la economista Mariana Mazzucato nos dejó con el desafío de re imaginar el mundo para co-crearlo partiendo desde la pregunta de qué clase de sociedad queremos crear.
Entonces regreso después de estas interesantes conversaciones al agotamiento de la humanidad y a todo lo que está en juego en este momento histórico de cambio. Es como si escuchar a todos estos escritores reivindicara el derecho a la esperanza y el valor de la imaginación. Me sorprendió escuchar de filósofos, novelistas, periodistas y hasta economistas sobre la importancia de construir nuevas historias, de crear a partir de la imaginación un futuro posible, más humano y más sostenible. Tenemos todos una tarea por hacer, por ahora pienso, ¿qué nombre le pondríamos a esta novela del mundo?