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Me siento en medio de una tormenta que despierta mi inspiración para entender a través de la escritura todas las emociones que se acumulan en este final de año. Emociones que se mueven como olas entre la ansiedad y la nostalgia. Veo videos y posts en redes en los ratos en los que decido incumplir la promesa de una sana desconexión de la tecnología y veo a todo el mundo hablando de balances, cierres de ciclos y metas para el año que viene.
Esto me pone a pensar y por un lado me genera cierta ansiedad. Siento que somos como experimentos de laboratorio que seguimos rutinas inconscientes incorporadas en nuestra mente de manera inconsciente. Yo en esta Navidad y fin de año no quiero las fotos perfectas de familia, no quiero el balance del año que se va, no quiero el paso a paso para una vida feliz. Yo quiero descanso, quiero pausa y quiero tiempo para descargarme de tantas obligaciones, pensamientos, cansancio y emociones.
Ese tiempo que es tan escaso y se siente como un privilegio. Ese tiempo que es osadía pues se aleja de aquella imagen de película de Navidad en la que todos abren sus regalos, se visten con pijamas iguales, comen la cena perfecta en una mesa decorada impecablemente, para retratar compartir y viralizar.
Para mi esta pausa significa claridad, un espacio vacío para darle lugar a las emociones contenidas. Significa presencia con los que amo y con lo que amo, una mañana de meditación a la sombra de un árbol, un desayuno que se convierte en tertulia familiar, una mirada a los ojos de alguien que amo y que no tiene el afán de terminar.
Esta pausa es un lienzo en blanco para que se dibujen una a una aquellas cosas por las que verdaderamente agradezco a la vida. Una fiesta silenciosa para celebrar desde el alma el flujo incesante de instantes que nos recuerda que estamos vivos. Un momento para respirar y reconocer el privilegio de ver un amanecer. Y es entonces al estar aquí sentada en medio de una deliciosa tormenta nocturna que viene a mí un inusual conteo de todo aquello que me ha hecho sentirme viva en el 2024: los atardeceres, las buenas copas de vino, los artículos escritos, las rutinas de ejercicio que vencieron el desgano, los amaneceres de colores, los libros leídos.
Continúo: los podcast de historias conmovedoras, las canciones cantadas y bailadas, los viajes a lugares desconocidos, los abrazos dados y los pendientes. Aparecen también: las lágrimas liberadoras, las enfermedades vencidas, las tristezas poéticas y profundas y desde luego las inspiradoras alegrías.
Para mí un inventario que surge al dar espacio al silencio para que nuestro corazón hable sin más pretensiones que el celebrar la vida, sin estándares de triunfos o fracasos, sólo con la sinceridad y apertura de dejar fluir lo que nos hace humanos. De ver en una suerte de espejo de qué está hecho un año con 365 oportunidades para vivir y para aprender.
Se acaba la tormenta que va dejando una estela de lluvia y con ella una conclusión para este escrito de lo que aprendí en un año en el que la vida me llevó a despertar mi valentía como nunca antes. Una valentía que me dejó cinco poderosas lecciones, quizás resuenen con algunas:
-Incorporar a mi vida la meditación como una verdadera ciencia y maestría de la vida: pausar, respirar y observar con atención plena para entenderme.
-Regresar al corazón, la conciencia y la mente como poderosas fuentes de sabiduría.
-Amar y abrazar el flujo constante de la vida como un inmenso mar en el que debemos aprender a surfear en las olas.
-Reconocer los aprendizajes del camino espiritual y compartirlo con otros, mujeres, líderes, familia y amigos.
-Amarme como soy: perdonarme, llorar cuando lo necesito, disfrutar la soledad, reconocer las victorias y los errores, dedicarme tiempo.
Y podría terminar con la escritura, escribir siempre como una forma de abrir el corazón y la mente e inspirar a otros. Les deseo a todos más que conclusiones y balances exactos, espacio, tiempo y libertad para escribir su relato y celebrar con presencia y profundidad un año más de vida.