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Desde que iniciamos el año, el tema del agua ha sido objeto de todo tipo de discusiones, en todo tipo de niveles, con todo tipo de señalamientos e incluso ha sido protagonista de todo tipo de memes en los que sus autores se convirtieron en “hidrólogos”. Esa es la conclusión del debate público de los últimos meses y, aunque suena gracioso, veo con preocupación que algunos políticos, opinadores e “influencers” han convertido la discusión del agua en algo superficial, alejado de lo técnico y, en muchas ocasiones, más cerca de la ideología que de la ingeniería.
Porque la solución del abastecimiento de agua para una urbe como Bogotá pasó de ser importante a convertirse en urgente; pero no por urgente se debe basar en decisiones apresuradas y poco técnicas, ni mucho menos centrarse en discusiones políticas. Por el contrario, necesita convertirse en la construcción seria de un plan que abarque el corto, mediano y largo plazo en beneficio de las más de 10 millones de personas a las que abastece el Acueducto de Bogotá.
Así fue como, desde que asumí la gerencia de la Empresa, con el apoyo de un equipo técnico y experimentado y al ver que las esperadas lluvias no llegaban, tal como indicaba el Ideam, decidimos, en primera instancia, afrontar la crisis con medidas que nos permitieron controlarla, como el racionamiento y el aumento de caudal desde la planta de agua potable de Tibitoc. Y, de manera paralela, comenzamos a estructurar un plan para que, ante una eventual reaparición de condiciones climatológicas similares en el corto plazo, nos permita manejarla sin tener que volver a tomar medidas de choque.
Y en este contexto, las opciones de largo plazo para aumentar la capacidad de abastecimiento de agua a Bogotá, como la construcción del embalse “La Playa” en el páramo de Chingaza que aumentaría nuestra capacidad de almacenamiento, pero que fue archivado hace más de una década por las directivas de la Empresa de esa época; o la del uso de agua subterránea, proyecto que fue estudiado en convenio con la Agencia de Cooperación de Japón -Jica- entre los años 2000 a 2010; o la adquisición del embalse de Tominé para potabilizar su gran capacidad de almacenamiento de agua, son proyectos viables pero no rápidos, de construcción compleja y, adicionalmente, con la necesidad de interacción y acuerdos con otros actores como las diferentes autoridades ambientales.
Estos proyectos se han venido estructurando con base en información técnica, en estudios de ingeniería, en la experiencia corporativa y lejos de presiones políticas o ideológicas, lo cual garantiza que no vamos a cometer los errores del pasado que hoy tienen a la Empresa y a la ciudad en una situación indeseable para cualquier administración y que afectan la cotidianidad de millones de personas.
Por eso hoy reitero el llamado a cuidar el agua, a confiar en que el Acueducto de Bogotá está haciendo todo lo que tiene a su alcance para garantizar el recurso para las próximas generaciones y a no creer en todo lo que dicen los que se las dan de “hidrólogos” en las redes sociales.
Siempre serán bienvenidos todos los aportes que nos hagan desde la academia, el sector empresarial y los colectivos de usuarios, de manera respetuosa y capaces de contribuir a la construcción de esas respuestas que nos llevarán a consolidar, en el largo plazo, la solución a este problema importante que se volvió urgente.