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Hay una pregunta recurrente que me hacen periodistas, colegas, estudiantes y hasta mi propia familia: ¿por qué si está lloviendo tanto en Bogotá, no se levanta el racionamiento de agua? Y la respuesta está en la misma pregunta: porque está lloviendo en Bogotá, pero no en Chingaza ni en sus cuencas abastecedoras.
Para comenzar debemos tener en cuenta que la Sabana de Bogotá, ubicada en la región Andina, y el páramo de Chingaza, que hace parte de la Orinoquía, están separados por la cordillera oriental; esta división geográfica hace que tengamos regímenes de lluvias diferentes.
La temporada de lluvias en Chingaza empieza en abril, llega a su punto máximo en julio y su intensidad comienza a descender en noviembre para dar paso al tiempo seco en diciembre, fenómeno climático que culmina en marzo.
Por su parte, el régimen de lluvias de la Sabana de Bogotá tiene dos picos lluviosos: enero empieza seco, luego las precipitaciones llegan con fuerza en abril y disminuyen entre julio, agosto y septiembre, meses que pueden considerarse secos, dando transición a noviembre cuando llega el segundo pico de lluvias del año y a diciembre, como mes de transición, porque inicia lluvioso y termina con el firmamento azul que tanto disfrutamos las y los capitalinos.
Esta separación natural de la cordillera oriental también tiene incidencia en el impacto de los fenómenos de El Niño (menores precipitaciones) y La Niña (sobreproducción de lluvias), haciendo que se sientan con mayor intensidad en la región Andina.
El Fenómeno de El Niño es una amenaza para los embalses de abastecimiento y de generación eléctrica, pues las deficiencias de lluvias hacen que se vea comprometida su operación. Una forma de mitigar esta amenaza es que los embalses sean de regulación multianual, como Tominé, que por su gran tamaño es capaz de soportar prolongadas temporadas de sequía sin verse afectado.
Lastimosamente esta característica no la tiene el embalse de Chuza, razón primordial por la que fue necesario implementar el racionamiento. Y que de haberse terminado el sistema Chingaza como fue originalmente concebido, hubiera adquirido esa característica de multi anualidad.
El Fenómeno de La Niña, por su parte, es una amenaza para las zonas urbanas y los asentamientos poblacionales ya que aumenta la posibilidad de inundaciones, que logran minimizarse, en buena parte, gracias a los embalses y su gran capacidad de almacenar las crecientes de los ríos, evitando así que generen desastres en asentamientos urbanos. Es decir, sin la existencia del embalse de Chuza, las avenidas torrenciales serían muy graves en los municipios del Meta y, sin la presencia de los embalses del agregado norte, las inundaciones en Bogotá serían frecuentes.
La Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, Eaab, tiene identificadas estas problemáticas y ha puesto en marcha proyectos estratégicos, tanto de almacenamiento de agua como de drenaje, para mitigar estas condiciones extraordinarias que amenazan con ser cada vez más frecuentes y extremas por cuenta de cambio climático.
En este orden de ideas, aunque Bogotá y el páramo de Chingaza estén cerca (nos separan sólo 50 kilómetros), sus climas son muy diferentes debido a las dinámicas globales de viento y lluvia. Así que, cuando se pregunte o le pregunten por qué no hemos levantado el racionamiento, puede leer de nuevo esta columna, reflexionar y comprender que la hidrología nos presenta desafíos que hemos superado en diferentes oportunidades y que, aunque tenemos registrado el comportamiento histórico de las lluvias, la variabilidad climática puede jugarnos en contra, tal como lo hizo en 1995 o en 2024, los años más secos en el páramo de Chingaza del último medio siglo.