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Dice el conocido refrán que “el que anda entre la miel, algo se le pega”. Para más de uno, el dicho se aplica también en el caso del aprendizaje en donde juntar a los “pilos” puede traer beneficios. Son muchos los sistemas educativos que agrupan a los estudiantes según su nivel de rendimiento académico. Los colegios y universidades con esta práctica de encarrilamiento (conocidos como sistemas de “tracking” en inglés) envían a sus alumnos sobresalientes a carriles de honores en donde el nivel de instrucción y de exigencia es más alto. También es frecuente separar a los jóvenes entre colegios con vocaciones técnicas y colegios con vocaciones académicas, algo usual en los sistemas públicos europeos.
Pero la práctica del encarrilamiento es polémica. Sus defensores argumentan que separar a los estudiantes según su habilidad o su vocación permite que los profesores y las instituciones ajusten su material a la medida de las necesidades del alumno, lo cual se debería traducir en mayor aprendizaje. Por ejemplo, un colegio técnico podría reunir estudiantes con un genuino interés en la materia con profesores expertos en la misma y una mayor especialización. Y en un curso de habilidades altas, el profesor puede dictar un material más avanzado o con mayor profundidad.
Para los contradictores, el encarrilamiento exacerba la inequidad del sistema al condenar a los estudiantes con puntajes académicos inicialmente bajos a caminos educativos donde es imposible que saquen todo su potencial. No es claro además si el criterio que se usa para separarlos – muchas veces puntajes en exámenes estandarizados – es el adecuado, ya que estos tienen una relación fuerte con el estatus socioeconómico. Enviar a una persona en etapa de formación a una senda educativa menos exigente y con menos recursos, con base implícita en la condición o el ingreso familiar resulta, cuando menos, injusto.
En el debate sobre la práctica en cuestión ambos bandos asumen que, por lo menos, los estudiantes que terminan en carriles altos salen beneficiados, ya sea porque interactúan con pares de mayor nivel académico o por un mejor entorno educativo (por ejemplo, un nivel de instrucción más adecuado, mejores salones, más recursos para el aprendizaje, etc.). De hecho, las investigaciones más convincentes que existen al respecto, y que se ha concentrado en los colegios, han encontrado que enviar a los alumnos a programas de alto desempeño mejora su rendimiento académico.
Pero la práctica también es frecuente en las universidades y no hay buena evidencia sobre su efecto. Esto se debe, en parte, a que en el contexto de la educación superior los estudiantes tienen algo de poder de decisión sobre el carril en el que se inscriben, lo cual hace muy difícil establecer el efecto causal del encarrilamiento. En especial, las diferencias en los resultados académicos observados de un segmento u otro pueden deberse a las diferencias entre los estudiantes que escogen cada carril (por ejemplo, a su nivel de motivación) y no al efecto per-se de tomar clases en un nivel más exigente.
En un estudio reciente, publicado este año en el Journal of Public Economics, nos preguntamos cuál es el efecto en los estudiantes universitarios de ir a salones de clase con niveles académicos altos. Nuestros resultados proveen evidencia empírica del viejo adagio popular según el cual “es mejor ser cabeza de ratón que cola de león”. Para responder a la pregunta aprovechamos que la Universidad del Valle – o Univalle como se le conoce popularmente – implementó entre 2000 y 2003 un sistema de admisiones único.
En esos años, los programas en administración de empresas, ingeniería y arquitectura requerían que las aplicaciones para ingresar se presentaran antes del mes de agosto. Para asignar los cupos, el sistema ranqueaba a los estudiantes de acuerdo con su puntaje en el examen de estado (en ese entonces el Icfes). Los aplicantes con los 60 puntajes más altos eran admitidos en una cohorte que empezaba clases en agosto y los estudiantes con puntajes en los puestos 60 a 120 eran admitidos en una cohorte que empezaba clases el año siguiente, en enero.
Puesto de otra forma, en este mecanismo de admisiones con encarrilamiento hay un puntaje de corte: aquellos con un Icfes mayor se encarrilaban en la cohorte de agosto y aquellos con un puntaje menor, se encarrilaban en la cohorte de enero. En el artículo mostramos que el sistema llevó a diferencias grandes en el nivel académico inicial de los dos grupos: los estudiantes de agosto tenían, antes de empezar la universidad, un puntaje promedio del Icfes diez percentiles por encima del puntaje promedio de los estudiantes de enero. Como los estudiantes de primer año – los primíparos - toman sus clases juntos, el encarrilamiento llevó a diferencias grandes en el nivel académico de los compañeros de clase de cada cohorte.
Dentro de nuestros ejercicios econométricos, utilizamos un método conocido como regresión discontinua para estudiar el efecto de entrar a un carril de nivel académico alto. Intuitivamente, el método considera únicamente estudiantes que están muy cerca del punto de corte que describimos en el párrafo anterior pero que son de dos tipos diferentes. El estudiante del primer tipo tiene un puntaje ligeramente superior al corte y fue por lo tanto admitido en la cohorte de agosto. El estudiante del segundo tipo tiene un puntaje ligeramente inferior al corte y fue admitido para empezar clases en enero.
Así, el estudiante del primer tipo es cola de león, pues empezó clases en agosto, pero en ese grupo tiene el Icfes más bajo. El estudiante del segundo tipo es cabeza de ratón, pues empezó clases en enero y tiene el puntaje más alto de su cohorte. Si ambos tipos de estudiantes están lo suficientemente cerca al punto de corte, no es una locura pensar que ambos son muy similares en varias dimensiones como el nivel socioeconómico, la edad, o el nivel académico. En otras palabras, lo único que cambia de manera marcada entre los dos tipos es haber sido admitidos a carriles diferentes. Comparando los resultados académicos de los dos tipos de estudiantes podemos estimar el efecto causal de este sistema de encarrilamiento.
Y entonces, ¿es mejor ser cabeza ratón que cola de león? El resultado principal del estudio es sorprendente. Encontramos que los estudiantes que fueron admitidos en el margen al carril de habilidad alta obtienen menores notas en sus cursos del primer año en la universidad. En particular, cruzar el punto de corte reduce el promedio acumulado en el primer año en 0.2 puntos. Y más importante aún, esto lleva a una disminución de cinco puntos porcentuales en la probabilidad de pasar los cursos de primer año.
Más adelante en la carrera universitaria y si se los compara con los estudiantes que son cabeza de ratón, los estudiantes que son cola de león pasan menos clases y tienen una probabilidad de graduarse de la carrera que es menor en nueve puntos porcentuales. En su futura vida profesional es menos probable que se empleen en el sector formal y además sus salarios son más bajos (aunque este último resultado no lo podemos medir con precisión estadística).
¿Cuáles son las razones que explican este resultado, es decir, cuáles son los mecanismos subyacentes? Lo primero que señalamos en el artículo es que no pueden ser diferencias en el currículo o en la calidad institucional, ya que los dos tipos de estudiantes estaban en los mismos programas académicos y en la misma entidad. En cambio, nuestros resultados sugieren que los estudiantes cola de león terminaron aprendiendo menos. En particular, la exposición en las clases de primer año a un grupo de compañeros con una habilidad académica marcadamente mayor puede haber afectado su aprendizaje.
De hecho, hay evidencia de otros estudios que muestra que los estudiantes se esfuerzan menos cuando están rankeados más abajo en su clase. También es posible que los profesores hayan respondido a las diferencias en habilidad académica cambiando sus prácticas pedagógicas. Por ejemplo, los profesores pudieron ajustar sus prácticas a las habilidades altas de la cohorte de agosto, quizás perjudicando al peor estudiante del salón (el que es cola de león). Algo similar pudo beneficiar a los estudiantes cabeza de ratón en las cohortes de enero, las de habilidad baja.
En conclusión, nuestros resultados muestran que en términos de aprendizaje no solo importa el nivel de preparación académica absoluto; el nivel relativo también es importante. Además, los hallazgos de la investigación tienen implicaciones importantes para las políticas de educación superior que agrupan a los estudiantes en instituciones y en salones según la habilidad académica. Por ejemplo, a la luz de nuestros resultados, tiene sentido dedicar recursos adicionales a los estudiantes que están relativamente poco preparados.
Todo lo anterior es importante cuando se tiene en cuenta la gratuidad en el educación pública universitaria que forma parte de las propuestas de campaña de Gustavo Petro y la solicitud de recursos adicionales del sector. A fin de cuentas, no solo se trata de maximizar el acceso sino de lograr que una proporción mayor de los inscritos logre graduarse con una buena preparación.