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No es la primera vez -ni será la última- que reflexiono sobre la generación Z. La velocidad de los acontecimientos y el hecho de que los zetas crecen y evolucionan, hace que sus necesidades y prioridades cambien. A su preocupación por la emergencia climática declarada hace dos años se le han sumado otras emergencias sanitarias, sociales y económicas de igual o mayor magnitud, que les sitúan en una posición compleja.
Es un asunto global. Los miembros de esta generación, aunque existan sustanciales diferencias entre Europa y Latinoamérica, comparten una trayectoria vital común:
• Viven conectados (en Colombia pasan cinco horas al día ante una pantalla). Como advierte Iñaki Ortega, senior advisor de Atrevia y coautor, junto conmigo, del libro ‘Generación Z, todo lo que necesitas saber sobre los jóvenes que han dejado viejos a los millennials’, “la tecnología es el medio, no el fin. El smartphone es el soporte natural para leer el periódico, escuchar música o relacionarse”.
• Son la generación mejor formada de la historia. En Colombia, los alumnos de educación superior pasaron de 34% a 52% entre 2005 y 2018. Y el número de estudiantes de posgrado alcanza máximos históricos.
• La pandemia, la transformación digital y los nuevos modelos de negocios han alterado el mercado de trabajo mundial, modificando sus expectativas. En Colombia, en julio 2020 -en pleno confinamiento- el desempleo juvenil alcanzó 29,7%.
Pero no seamos negativos. Ellos no lo son. Han vivido dos crisis -la financiera de 2008 y la actual- y tienen una capacidad de adaptación, resiliencia y supervivencia muy desarrollada. En el reciente congreso del Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica, reunimos a jóvenes de distintas culturas que nos demostraron estar unidos por un objetivo común: cambiar para mejor. Y es que para la generación Z y la que le sigue -la Alfa-, la igualdad de género, el respeto a las minorías o la lucha contra cualquier discriminación son parte de su ADN.
Es importante identificar sus emociones, porque a partir de ellas construyen sus sueños y la forma de materializarlos. Y tanto las marcas, los productos y servicios que van a usar o consumir, como las empresas y organizaciones en las que aspiran a trabajar deben compartir esa misma escala de valores en aspectos como el propósito corporativo, las condiciones laborales o el modelo de sostenibilidad.
Si no lo hacemos, cualquier plan de posicionamiento estratégico o gestión del cambio de nuestra compañía fracasará. Hay que incorporar la perspectiva generacional a la gestión de nuestras empresas, igual que se hace con la igualdad, la sostenibilidad o la diversidad. Contar con ellos en la toma decisiones, construyendo equipos diversos y plurales, o asegurar su participación en los procesos serán factores de competitividad para nuestras organizaciones, y la única forma de salvar la mayor brecha generacional de la historia.
Nos jugamos el futuro. Ellos serán los protagonistas del mundo postcovid. Tiene que ser parte de su reconstrucción. Si en Europa los menores de 24 años suman 196 millones, en Latinoamérica y el Caribe son 263 millones, 41,7% de la población. Aprovechar su potencial es una ocasión de oro para avanzar en el liderazgo económico y social de la región.
No podemos fallar. No podemos resignarnos a que sean una generación perdida. Ese pacto y diálogo generacional es necesario para que la sociedad del mañana y el modelo productivo que la sostenga sean un proceso de co-creación entre generaciones.