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Primero la pandemia, luego el colapso motivado por la recuperación y, ahora, la guerra entre Rusia y Ucrania nos confirman que teníamos una idea de mercado que no se correspondía con la realidad. Hasta ahora, la curva entre oferta y demanda marcaba el precio de un bien, producto o mercancía, que acabaría en manos de quién más pagara por ello.
Hoy sabemos que lo más importante no es el precio, es el acceso. Lo que ocurre en Alemania con el gas ruso demuestra la teoría de que no es cuestión de precio. Es una cuestión de poder, de geoestrategia. Ahí están, también, las grandes guerras para asegurar, por ejemplo, el acceso al mar, considerado este como un recurso estratégico. Porque un país que se queda sin acceso al mar -que se lo pregunten a Paraguay- verá su futuro condicionado por ese hecho.
En este contexto, y más allá del gas y el petróleo, el acceso y suministro a determinadas materias primas ocupa hoy la agenda de todos los gobiernos. Sobre todo, en Europa, que se enfrenta a un grave problema de abastecimiento de recursos esenciales para la lucha contra el cambio climático o la transformación digital, por ser indispensables para fabricar baterías de vehículos eléctricos, placas solares o celulares. Por otro lado, basta recordar que Latam acumula 20% de las reservas mundiales de petróleo, 85% del litio y más de 50% de cobre; además de concentrar 33% de todo el agua potable y tierras cultivables del planeta.
Saquemos conclusiones de esta situación.
Europa debe aprender la lección. Durante años ha carecido de políticas que analizaran qué materias primas son imprescindibles y cómo asegurar y diversificar el acceso a las mismas. Mientras, otros gobiernos cerraban acuerdos que a largo plazo pueden dificultar la llegada de esos materiales al Viejo Continente. Toca poner las luces largas, estudiar necesidades e impulsar acuerdos con países y compañías que poseen o desarrollan esos recursos. Una tarea que exige tanta planificación como diplomacia.
A partir de ahí, es fácil comprender por qué, como se ha conocido recientemente, la UE prepara una ofensiva comercial y diplomática para ganar peso y frenar el avance de China y Rusia en Latinoamérica. El reto para Europa es crear una oferta suficientemente atractiva para esta región que asegure el suministro de unos bienes que ya no va a encontrar por la ley de la oferta y la demanda. No tengo duda de que ese acercamiento será, por ubicación geográfica y vínculos históricos, una prioridad para España durante su presidencia de la Unión Europea en la segunda mitad de 2023.
Latinoamérica también debe mover ficha. Tiene la oportunidad de construir esa alianza con Europa desde una posición favorable, liderada desde la estrategia y la necesidad de la Unión Europea de asegurar el suministro, y desde la ocasión histórica para Latam de consolidar relaciones con un gran mercado, gran inversor y modelo social. Un acuerdo que permitirá a la región recibir inversiones de empresas que actúan conforme a valores de libre mercado, cuidado del medio ambiente, respeto a la seguridad jurídica y a los principios de buen gobierno y, sobre todo, desarrollo de la sociedad. Porque el modelo de empresa es también el modelo de sociedad. Es momento de forjar esa alianza estratégica UE-Latam.
Cuando el acceso a los recursos condiciona un nuevo mapa mundial, hay que saber elegir sólidos compañeros de viaje que nos permitan recuperar terreno y protagonismo. Latinoamérica y España, como principal conexión con la UE, pueden y deben aprovechar este momento, en favor de sus empresas y tejido productivo. Hagámoslo.