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El panorama educativo sigue siendo desafiante en muchos frentes. Si nos detenemos en análisis nacionales e internacionales al respecto se observa una tendencia generalizada en la comprensión de la política educativa. Temas como la contracción de la demanda en las Instituciones de Educación Superior (IES), especialmente las privadas, el decrecimiento o la nulidad de acciones en pro del fomento, el retroceso en las políticas de equidad educativa -por mucho que se piense y actúe en perspectiva de gratuidad -, la crisis de los sistemas de aseguramiento de la calidad y de financiamiento, y otras realidades que nos hacen reflexionar, diseñar y poner en marcha alternativas ágiles e innovadoras que le hagan frente a todo lo anterior y darle la vuelta a estas circunstancias, en la medida de lo posible. Vale la pena señalar que, en ese análisis de contexto, todo termina siendo un poco confuso, porque finalmente no sabemos si esto es algo coyuntural o más estructural, que nos incline a pensar en una gran transformación en el entendimiento y gestión del sistema educativo superior.
Más allá de las complejidades financieras, de fomento, de políticas de equidad, etc., tenemos también un cambio profundo en las expectativas de los mismos sujetos educativos. Nuestros estudiantes demandan mayor flexibilidad en los métodos de aprendizaje y enseñanza. Pero aún más desafiante cuando muchos de ellos, por no decir todos, esperan que las propuestas ofertadas sean, por una parte, tan flexibles en su dinámica de gestión, pedagogía, didáctica, como también en términos de tiempo porque lo que se busca es que sean una oportunidad de aprendizaje de corto plazo para poder insertarse con mayor rapidez en el mundo laboral. No quedan por fuera en esta visión flexible de la enseñanza y aprendizaje, las categorías asociadas al acompañamiento, los contenidos y la entrega de los servicios. La perspectiva que se impone en el enfoque de la flexibilidad implica maneras innovadoras en el ejercicio de la docencia y del aprendizaje que pasan por las cargas de trabajo de los profesores, las rutas de estudio individualizadas, los formatos de créditos que pueden o no ser acumulables hasta cierto grado (en términos de aprendizaje permanente, estudiantes que trabajan, etc.) y pueden tomar la forma de cursos cortos, microcredenciales, certificaciones de competencias, etc.
Todo esto deja ver una nueva manera de gestionar la educación superior haciendo hincapié en la importancia de la adaptabilidad de todo el sistema. Al mismo tiempo, nos permite ver que esta visión no se reduce solo a la modalidad virtual, sino que abarca todas las modalidades aprovechando con mayor eficacia el mundo digital que nos circunda, es decir, esta flexibilidad involucra la hibridación y la multimodalidad. Desde la perspectiva de la experiencia del estudiante, estos reclaman unas propuestas flexibles porque les permite elegir los temas de su interés vocacional y de esperanza en competencias que les habiliten para el mundo del trabajo y del emprendimiento.
Esta apuesta flexible desafía a las IES a gestionarse de manera diferente, con estrategias y capacidades institucionales, a diseñar e implementar modos de apoyo a los maestros y abordar las expectativas y demandas de la sociedad, con foco en sus grupos de interés, en especial, de estudiantes y egresados, actuales y futuros, desde un portafolio de servicios flexibles, adaptables, pertinentes, de calidad y personalizados.