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La realidad educativa y todos sus actores se ve desafiada por las diversas circunstancias a las que se enfrenta. La semana pasada tuvo lugar la COP28 en Dubai, y quizás, este podría ser de los temas más álgidos de la agenda del rol de la educación en la actualidad. La crisis ecológica, que también es social, es un desafío de mayor tamaño para los líderes de los estados, para las políticas de las naciones, para las agencias internacionales y, particularmente, para las instituciones educativas en todos los niveles. Existe motivo suficiente para que desarrollemos iniciativas de orden estratégico, pero también operativas, en búsqueda de soluciones concretas y eficaces, es decir transformadoras. El cambio es real e incesante, y requiere de gestión dinámica y velocidad.
Por otra parte, los conflictos geopolíticos que hoy vivimos y evidenciamos en diferentes contextos, por las razones o ideas que sean, ponen en una posición poco ventajosa a la dimensión educativa debido a que estos conflictos impactan el buen desempeño de las instituciones acordes con su misionalidad y sus funciones sustantivas, complejizando la apuesta por la calidad académica. En términos financieros, estas complejidades impactan en la contracción de la matrícula, y ello se refleja en riesgos latentes para la viabilidad y sostenibilidad de los proyectos educativos de las instituciones, incluso tendiendo a que algunas instituciones desaparezcan, con un trasegar valioso para la sociedad. En medio de estos retos, la apuesta educativa está llamada a fomentar competencias de orden intercultural que permita a los estudiantes hacer el ejercicio dinámico de la interconexión con el mundo global y local, y viceversa al tiempo y asumir en la practica una actitud de comprensión del mundo para que este sea una realidad menos polarizada y dividida. Para alcanzar este objetivo las Instituciones de Educación Superior (IES) están invitadas para que sus proyectos de formación se enfoquen a generar competencias o potencialidades no solo de comprensión o entendimiento de las culturas propias y diversas sino también de reconocimiento de estas.
El proyecto educativo finalmente tiene un propósito particular en su intencionalidad formativa. Lo más importante es que este permita a los actores, docentes y estudiantes, construir un camino de conversación o de diálogo entre personas diferentes, pero también es clave que esta conversación suceda dentro de cada persona para que la mente se abra y la visión intercultural se revele. La educación es un proceso consciente de apertura a los demás y a la comprensión y aceptación de lo plural, del diferente. Algunos definen esta visión como el enfoque de mayor impacto del rol educativo porque hace posible la inclusión, e inmediatamente la equidad y la justicia social. Por lo tanto, la responsabilidad de la educación superior es facilitar esas conversaciones externas e internas, que profundizan y que requieren recoger tantas opiniones diversas como sea posible, no solo buscar una conclusión que se adapte a las propias ideas, sino más bien participar en una conversación global con múltiples voces para desarrollar una comprensión integral; sólo así se resuelven los grandes problemas que aquejan a este mundo complejo.
Los esfuerzos educativos deberán crear un espacio seguro para que los estudiantes reflexionen sobre los eventos mundiales a través de las lentes culturales y el pensamiento crítico. ¿Cómo pueden ellos sentarse en la misma mesa e intercambiar experiencias y conocimientos, trabajar juntos e interactuar entre sí? ¿Cómo puede la educación desarrollar nuevos diálogos y construir puentes más allá de las divisiones?