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Muchos son los principios en los que se ancla la dinámica educativa desde sus diversas aristas. Tanto a nivel pedagógico, didáctico, curricular, de gestión y de liderazgo educativo debemos desarrollar una apuesta, con principios, como clave de lo que esperamos sea su impacto.
Es posible que hoy nos “distraigamos” mucho más con los atributos de pertinencia, calidad, cobertura y acceso, o con lo que ha pasado en estos días en Colombia frente al incremento en los precios o tarifas de la matrícula en educación superior o en los colegios, y con las grandes “avalanchas de reformas a la educación superior”, como lo llamó recientemente, el rector de la Universidad de Córdoba, el profesor Jairo, en su editorial semanal.
Lo más importante es centrarnos en los propósitos de la educación superior y desarrollar las fuerzas epistémicas de su gestión para alcanzar el impacto que de verdad requiere el ser humano de esta era, en el marco de una sociedad sostenible que tanto anhelamos.
Ante el gran potencial y los grandes riesgos que hoy en día representa la vida humana y social, no es suficiente una actitud de denuncia constante ni de total absolución. Por ello, acudo lo que el Papa Francisco insiste con tanta vehemencia, a la necesidad del discernimiento. Aún más, se necesitan personas para transferir esta actitud a las nuevas generaciones.
“El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad, como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades”, expresó el Papa Francisco en el discurso realizado a la facultad de teología de Cerdeña en el año 2013. La universidad se convierte en un lugar privilegiado para vivir el discernimiento.
“Es importante leer la realidad, mirándola a la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solamente la ilusión y la desilusión... La universidad como lugar de 'sabiduría' tiene una función muy importante en formar al discernimiento para alimentar la esperanza”, siguió diciendo el Papa Francisco en esa ocasión.
En este contexto, “vemos que no son suficientes las recetas simplistas o los vanos optimismos. Conocemos el poder transformador de la educación: educar es apostar y dar al presente la esperanza que rompe los determinismos y fatalismos con los que el egoísmo de los fuertes, el conformismo de los débiles y la ideología de los utópicos quieren imponerse tantas veces como el único camino posible” (Video mensaje en el encuentro Global Compact on Education, 15/10/2020).
Otro elemento fundamental por poner nuevamente en el centro de la agenda de la educación superior consiste en el mundo puede cambiar. Sin este, el deseo humano, especialmente el de los más jóvenes, se ve privado de la esperanza y de la energía necesarias para trascender, para dirigirse hacia el otro.
Reconstruir el tejido de la unidad y del encuentro, por lo tanto, solicita al pensamiento que dé un salto hacia adelante y cambie radicalmente su lógica habitual. Si la diversidad y la diferencia siguen siendo considerados hostiles a la unidad, entonces, la guerra estará siempre en la puerta, lista para manifestarse con toda su carga destructiva.
Una premisa indispensable para la construcción de un nuevo humanismo es, por lo tanto, educar en un nuevo modo de pensar, que sepa mantener juntas la unidad y la diversidad, la igualdad y la libertad, la identidad y la alteridad. “Y hoy se necesita una educación de emergencia; hay tantas experiencias que buscan abrir el horizonte a una educación que no solo es de conceptos en mi cabeza.
Enseñar a pensar, ayudar a sentir bien y acompañar en el hacer, o sea, que los tres lenguajes estén en armonía” (Discurso en el Congreso Mundial Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva, 21/11/15). Se necesita el coraje de hacer un verdadero cambio radical de dirección, con mucho discernimiento.