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Una de las realidades que más ha interpelado la realidad vivida por la pandemia en el contexto de la educación superior ha sido el tema de la evaluación de los aprendizajes de los estudiantes. Este tema es el epicentro del debate. Y es que no es para menos, dada la importancia que tiene el tema para las Instituciones de Educación Superior (IES) que definen su impacto educativo desde los logros de los aprendizajes de sus estudiantes y graduados.
He aquí un desafío mayúsculo para el sistema universitario colombiano y del mundo ya que las IES en ejercicio de su misión buscan que los estudiantes asuman los conocimientos, competencias, valores y habilidades, con el nivel de profundidad que se requiere para que puedan de verdad responder a los grandes desafíos que el mundo del trabajo y su compromiso ciudadano les exige. Hacer posible un sistema de evaluación que sea integral, afincado en valores de integridad y justicia académica para blindarnos de los riesgos de fraudes. Lo que más debe interesar a los estudiantes de nuestras IES y a todos los actores de la gestión académica inmersas en estas es que exista transparencia en los procesos, y que, en realidad, se logren los aprendizajes que el mundo de hoy demanda para una verdadera perspectiva de desarrollo social sostenible.
Las apuestas o procesos en la educación superior van encaminados a generar transformación en la vida de las personas desde todas las dimensiones posibles, es decir en los conocimientos nuevos que se adquieren en un área determinada, en las competencias y habilidades generales y específicas de una perspectiva profesional y en los valores propios que se requieren para ser un ciudadano capaz de aportar a la construcción de la dinámica social de las naciones. Siendo este el objetivo fundamental, es necesario tener claridad de lo que significa evaluar para poder hacer la medición de los cambios que se aspira sucedan en el proceso formativo de los estudiantes y, finalmente, de los graduados. La relación entre la intencionalidad formativa de los programas académicos propuestos y del desarrollo del proyecto educativo debe ser coherente y consistente. Dicho de otra forma, se trata de comparar el nivel alcanzado por el estudiante en relación con los estándares propuestos en el programa y en todo el proyecto educativo de la IES.
Por todo lo anterior, es necesario que la evaluación esté al servicio del proyecto educativo y que los profesores comprendan que lo más significativo para ellos como acompañantes o mediadores del proceso de aprendizaje de sus estudiantes está en que estos aprendan de verdad. En este orden de ideas, el acompañamiento constante a los estudiantes es clave para ir haciendo un seguimiento sistemático que permita la retroalimentación permanente que ayude a descubrir los aciertos, los errores o faltas en el caminar académico. ¿Dónde están los avances y las brechas del proceso formativo?, es una tarea que requiere de paciencia y dedicación por parte del profesor, pero también de la responsabilidad de los estudiantes que asumen autónomamente ruta de aprendizaje.
Finalmente, de lo que hay que valerse es de todos los mecanismos y herramientas necesarios y posibles para motivar a la consecución de los logros de aprendizaje previstos. Sea cual sea el método de evaluación, debemos asegurar que la información que se da al estudiante sobre su progreso es significativa, en el sentido de que le aporta una crítica constructiva sobre su aprendizaje y le orienta sobre cómo mejorar.
En síntesis, es claro que la dinámica híbrida de la educación actual ha colocado sobre la mesa el debate sobre el verdadero objetivo de la evaluación y a cuestionar la idoneidad de los métodos actuales. La tendencia actual pasa por un aprendizaje centrado en el estudiante, en el que se pretende que este sea cada vez más consciente de su propio progreso. Esto exige un seguimiento continuado del estudiante, tanto de sus esfuerzos y progresos dentro del aula como por fuera de la misma.